E n casa del vitoriano Óscar Ortiz de Urbina nunca hubo una fusta y ni mucho menos un caballo. Su afición por la hípica entró por la televisión, por aquellas primeras carreras que TVE emitía los domingos por la mañana. No hay otra explicación más convincente para justificar una fijación tan tempranera como extraña en un crío de apenas un puñado de años. Pero así fue como el joven Urbina se enamoró de los caballos, una relación que inició en el antiguo picadero de Armentia, donde solía montar con relativa frecuencia. A esas alturas de la vida ya estaba claro que las aulas y libros de la ikastola Durana habían pasado a un segundo plano en detrimento de las carreras de caballos, entonces una modalidad deportiva sólo al alcance de las clases más pudientes. Esa barrera nunca amedrentó al joven jinete, más bien al contrario. Con sólo 14 años y una madurez impropia de un chaval de su época, entendió que la única fórmula de progresar y cumplir el sueño de competir en el turf era emigrar a los grandes hipódromos. A capitales con historia equina donde aprender de los mejores. Y así fue como en 1986 recaló en Madrid, en la Escuela de Aprendices de la Zarzuela, donde convivió con otros 15 chavales que compartían el mismo sueño. El año en que este adolescente dejó familia y amigos en Vitoria fue el año en que Diego Armando Maradona ganó el Mundial de fútbol de México, el de la explosión de la lanzadera espacial Challenger tras su lanzamiento desde Cabo Cañaveral (Florida, EEUU), que le costó la vida a sus siete tripulantes, y el del holocausto nuclear de Chernobil (Unión Soviética), que provocó la peor catástrofe atómica de la historia.

Ajeno a todo eso, el vitoriano no tardó tiempo en confirmar el acierto de su decisión. Hizo de La Zarzuela su nuevo hogar y se dedicó en cuerpo y alma a su nueva profesión. En régimen casi militar, trabajaba y montaba por las mañanas en las cuadras del hipódromo -entonces tutelado por Ramón Mendoza, el que fuera después emblemático presidente del Real Madrid- y por las tardes trataba de sacar adelante los estudios básicos. "Para mí aquello sí que era duro porque mi cabeza sólo pensaba en una cosa, en correr carreras y cabalgar sobre un pura sangre más que en los libros", rememora hoy el protagonista a este diario en torno a una taza de café. Aunque con más demora de lo previsto para su ideario, los frutos terminaron por llegar. Y dos años después de hacer el petate, un imberbe Ortiz de Urbina debutó a los 16 años en carreras de turf en el hipódromo guipuzcoano de Lasarte. Lo hizo además con una victoria a lomos de un caballo llamado Don Giorgio en lo que quizá fue un augurio para alguien que cree haber disputado más de mil carreras en las que al menos ha cosechado 450 victorias. La trayectoria de este prometedor jockey no podía haber empezado mejor y los siguientes meses conformaron la evolución de este joven nacido para montar. Recuerdan los archivos históricos de La Zarzuela que durante los dos temporadas siguientes se proclamó campeón de Aprendices, una suerte de liga juvenil entre los mejores jinetes del país. Una lesión en la espalda tras una caída, sin embargo, frenó durante el año siguiente su formidable progresión. Pero de nuevo las ganas por correr pudieron más que los dolores, así que los tiempos de recuperación se acortaron de forma extraordinaria. Con un pesaje a esas alturas de 41 kilos y una fisonomía llamada a esquivar las lesiones - "eso o que he tenido mucha suerte con las caídas", intuye con cierta ironía el jockey-, Ortiz de Urbina está a punto de sellar el pasaporte para emprender la que hasta la fecha ha sido su mayor aventura profesional, el salto a Inglaterra, la cuna de la hípica.

new market

El santuario de la hípica

Los acontecimientos se precipitan a mediados de los 90, cuando el que había sido hasta entonces su hipódromo de cabecera cierra por problemas financieros. El vitoriano se ve obligado a hacer de nuevo las maleras y con 21 años acaba en New Market, un pequeño pueblo situado a unos 90 kilómetros al norte de Londres, en el condado de Suffolk, muy cerca de Cambridge, donde se encuentra el centro de entrenamiento más grande de Europa. Por aquellos tiempos faltaba trabajo y sobraban jinetes en paro, sostiene Ortiz de Urbina, que en principio se marchó para una temporada y finalmente terminó firmando una tarjeta de 18 años. A pesar de no saber "ni papa" de inglés fue el primer jockey del Estado en instalarse en Inglaterra, en esta pequeña localidad con casi más caballos que personas. Según revela la wikipedia, dicho enclave sirvió de escenario de la primera carrera de caballos oficial en el siglo XVII, una leyenda que permanece intacta en un lugar donde todo sugiere un ambiente equino y donde se encuentran las mejores cuadras del mundo dedicadas a la cría y entrenamiento de esta raza. Por descontado huelga decir que también aquí se encuentran los mejores jinetes del planeta.

Para el joven Ortiz de Urbina, el aterrizaje en el Reino Unido fue brutal. En todos los aspectos. En lo personal recuerda "muy malos momentos" por culpa del idioma, pero en lo deportivo, el salto fue como "pasar de jugar en 2ª B a la Champions del turf". El nivel de sus instalaciones, la calidad de sus caballos o la experiencia de los entrenadores convierten a este lugar en la Meca de cualquier jockey del mundo. De modo que la exigencia física y mental es siempre máxima. "Y eso agota que no veas", resuelve.

regreso a madrid

"60 euros por jugarte la vida"

Hablar del esfuerzo físico en los jinetes es hablar de una pelea diaria y constante contra la báscula, fundamental en el resultado posterior de las carreras. Entonces y ahora su estatura siempre ha rondado los 168 centímetros y los 53 kilos de peso, "un tallaje que cuesta mucho mantener a raya", revela el protagonista, que explica a continuación algunos trucos que viene utilizando desde hace décadas para no irse de peso. Para su suerte, su estrutura ósea no pesa demasiado, pero si eso fuera un problema, Ortiz de Urbina tira de un manual tan radical como sorprendente desde un punto de vista alimenticio: no come. Al menos en la víspera de una carrera. "Yo los sábados casi no pruebo nada, ni tampoco ceno y normalmente hago una comida al día. Es acostumbrar al cuerpo y al estómago, que cuanto más le des más quiere. Es pura rutina", explica el vitoriano con pasmosa tranquilidad, que apura otro método no menos radical como la sauna en el mismo día de competición si es necesario arañar algún gramo más al peso.

Al igual que ocurre en deportes de gran exigencia y sacrificio físico, sólo los triunfos ayudan a paliar semejante desgaste. Y en el caso de este alavés han sido unos cuántos. Calcula que de las mil carreras en las que ha participado por todo el mundo habrá cruzado la meta con un cuerpo de ventaja en aproximadamente 450. Y de todas ellas guarda con especial cariño el triunfo que logró en una carrera de la Royal Ascot, en Buckingham Palace. "Ganar en Ascot -a lomos de la yegua Soviet Songh- fue cumplir un sueño por todo lo que rodea a este emblemático lugar donde hasta los lecheros se juegan su dinero en las carreras", explica el jockey vitoriano.

La exigencia antes descrita y la falta de fuerzas para competir al máximo entre los mejores fue la causa que le hizo regresar a casa hace cinco años, a Madrid de nuevo para recalar en la cuadraVadarchi de Angel Archilla, con quien corre cada domingo, y en función de la estación del año, en Donosti, Madrid, Sevilla y Málaga. 60 euros por carrera por jugarse la vida. Cifras de un circuito muy alejado del Olimpo que un día conoció y donde se es capaz de pagar cuatro millones de libras por un pura sangre como Frankel, el mejor caballo de la historia.