Vitoria. Fue el hambre la que arrastró a Vitoria a Antonio Bello a comienzos de los años 60, cuando apenas contaba con trece años y el pavor a lo desconocido casi lo paralizaba. No era gran cosa por aquellos días aquel chaval, acostumbrado a encuadernar su vida hasta entonces entre la escuela y las fincas que su padre cuidaba en Mata de Alcántara, un pequeño pueblo de Extremadura de donde es oriunda su familia. En este entorno transcurrían sus días entonces hasta que la vida, quizá demasiado pronto, le golpeó con fuerza cuando su padre falleció muy joven. Con él se fue también la referencia vital pero sobre todo el sustento necesario para salir adelante en casa. En tiempo de penurias y sin tierras en propiedad ni jornales en perspectiva -su madre era ama de casa y sus hermanos ya se habían emancipado precisamente en Vitoria- no hubo más remedio que hacer el petate y emigrar al norte, a una capital alavesa entonces embrionaria de un próspero desarrollo industrial.
Por aquellos años aterrizaron en Vitoria las Mevosa (hoy Mercedes), Michelin, Forjas Alavesas, Aranzabal... Empresas de relumbrón que arrastraron mareas de emigrantes gallegos, andaluces y extremeños como Antonio Bello, que comenzó a trabajar en 1962 como "chico de los recados" en la empresa Ugara. "Era lo que había", recuerda ahora a este periódico.
De aquellos tiempos añade el propio protagonista la "endeblez física" que presentaba, un complejo que quizá pudo haberle animado a aliarse con el judo para compensar esa carencia. No está claro. Antonio prefiere ubicar su salto al mundo del tatami cuando cumplió los 17 y se dejó convencer por un grupo de lucha que entonces practicaba esta ruda modalidad en un gimnasio de Vitoria. Entre medias se cruzó la mili, que hizo en el cuartel de Araca, y ya después sí, ya entonces, a partir de 1966, decidió tomarse "en serio" este milenario arte marcial.
Entre aquella primera camada de judokas alaveses se encontraban los hermanos Poncela (Julio y Gerardo -éste aún hoy en activo con la escuela Shiai en el colegio San Viator-), Paco Pou o Domingo Rodríguez, además de Antonio, que sembraron de judogis y cinturones la capital alavesa.
los primeros alumnos
'Coras' y Escolapios, con el judo
El fenómeno no tardó en calar. Colegios como Corazonistas, Escolapios y San Viator pronto asumieron esta disciplina como una modalidad ideal para tratar de domar o calmar a los estudiantes más revoltosos, rememora con cariño el propio Bello. Con el tiempo, esta mentalidad cambió. El protagonista de esta historia y el resto de maestros se encargaron de ello. Adquirió entonces el judo una relevancia fundamental en aspectos vinculados a la educación y el respeto por los compañeros y profesores. Para asumir con ciertas garantías esta responsabilidad, Bello continuó formándose en Madrid y Barcelona con tantos cursos como pudo. Aprovechaba los veranos y las vacaciones para desplazarse a estas capitales y formarse en conciencia. Llegó así el cinturón negro que le permitía obtener el nivel para la enseñanza y otros tantos méritos que conseguiría después. A estas alturas de su vida, el profesor Antonio Bello ya es una institución en el judo alavés. Además de impartir clases en Coras y Escolapios se lanza a montar su propio gimnasio de la mano de un amigo zaragozano. Un sueño que se hace realidad en 1976 con la inauguración del Guarán, en la calle Manuel Iradier.
radiografía actual
800 judocas escolares
Son días de gloria para el judo local, que se codea de tú a tú con modalidades clásicas como el fútbol, el baloncesto o el balonmano. "La explosión fue muy grande y actualmente el nivel es muy bueno. La prueba la tenemos en gente como el vitoriano Sugoi Uriarte, nuestro mejor estandarte, subcampeón del Mundo, quinto en los pasados Juegos Olímpicos de Londres y en plena preparación para conseguir un metal en los próximos de Brasil", explica Bello.
Fruto de la pasión inculcada en sus 45 años de enseñanza surge un legado que permite mirar con esperanza al judo alavés. En la actualidad la Federación Alavesa consta de cinco clubes de judo, uno de kendo y otro de aikido en el que también hay hueco para el wushu. Según datos oficiales, este organismo cuenta con 200 licencias, 800 judocas dentro del deporte escolar en las categorías de benjamín, alevín, infantil y cadete, y 15 colegios donde se imparte esta disciplina. Amurrio y la Ikastola Durana, por ejemplo, son tatamis donde también ha sido inoculada la fiebre por esta modalidad, entre otras personas por el empuje de Eduardo González, presidente de la FAJ, Sexto Dan y maestro de esta modalidad. "El judo me ha proporcionado un modo de vida durante décadas y a él se lo debo todo", es cuanto acierta a resumir el maestro alavés, que el pasado mes de septiembre decidió colgar el kimono tras haber cotizado durante 47 años a la Seguridad Social. Este punto de inflexión, sin embargo, no supondrá su adiós definitivo del tatami, ya que seguirá colaborando de forma desinteresada con la Federación Vasca, de la que es miembro destacado. "¿Cómo no voy a ayudar a la difusión de este deporte tan bonito si me lo ha dado todo?", añade. De otro modo, concluyen quienes han compartido experiencias con él en todos estos años, sería un "derroche" desaprovechar todos sus conocimientos, que son extensos. A saber: Octavo Dan -grado al que muy pocos acceden, como Gerardo Pondela-, profesor Numerario, árbitro colegiado -participó en Barcelona'92, así como en varios europeos y mundiales-, y dos medallas de bronce al Mérito Deportivo entregadas por el Consejo Superior de Deportes (CSD). Sore mare Antonio.