no es necesario detallar todas las noticias que han llenado las páginas que se han ido acumulando en los diversos medios de comunicación escritos, bien locales, bien estatales, por el encuentro de Copa entre el Alavés y el Barcelona en la fría noche de ayer. No ha hecho falta estar pendiente de todos los programas de radio y televisión para constatar que ha constituido un notable fenómeno dentro de la sociedad alavesa y vitoriana. Incluso el programa deportivo nocturno más escuchado, El larguero, de la cadena SER, al igual que el de Onda Cero, rindieron visita a la ciudad el lunes con motivo del evento. Todo como consecuencia del choque porque no me imagino otra causa en estos momentos para justificar su asistencia. Esto hay que colocarlo en el haber del Alavés y, por supuesto, de que la diosa fortuna permitiera que nos emparejara a un rival de tanta alcurnia; si no, de qué. Cuando se produce este tipo de acontecimientos todo se magnifica y da la sensación de que no exista algo más importante en el universo, como si este hiciera un receso en su honor.

Como sospeché desde que se conoció el emparejamiento, no hicieron acto de presencia por Mendizorroza los jugadores barcelonistas más mediáticos además de los lesionados, también titulares. Con el natural desencanto de todos aquellos que fueron a ver exclusivamente a sus ídolos. Así, presentó una alineación de circunstancias si de un encuentro de Liga se tratara, pero que para jugar esta eliminatoria en su primer choque imaginaron que sería suficiente. ¡Qué pena que no fuera a un solo partido! Otro gallo cantaría.

Cuando la luz diurna ya había desaparecido del todo, abandoné mi domicilio y eché a andar lenta y silenciosamente, como hago habitualmente, hacia Mendizorroza. Llegué con mucho adelanto y anduve de un lado para otro, pero no conseguía entretenerme con nada en la larga espera. Hablé con amigos, conocidos y aficionados anónimos intercambiando pareceres. Era curioso, pero casi todos mantenían la remota esperanza, ya se nota que es lo último que se pierde, de que el Alavés pudiera imponerse a los azulgranas en el partido, si bien no en la eliminatoria.

¡Qué noche nos esperaba! Daba igual que fuera una noche oscura amenazando lluvia, que hiciera un frío glacial. Miraba hacia las gradas y no veía más que gente, muchísima gente. A la izquierda, a la derecha, allá enfrente, en todas partes. Aunque fuera de manera fugaz, mi cerebro llegó a aceptar que el milagro pudiera realizarse. Absorto en mis pensamientos, me senté en mi localidad, me abrigué bien y me preparé para lo que pudiera pasar. Por un momento soñé, perturbado por la visión, que era domingo y que el rival era el Sestao con el campo lleno como cinco días antes. Los minutos fueron pasando y mis pies se quejaron, el intenso frío había hecho mella. Y entonces oí algo. Un ruido vago, indefinible. ¿Era cierto lo que oía? Pues sí. Era el alarido del comentarista de al lado cantando el gol de Villa. Tenía que ser él. La mala leche que parecía destilar la transmitió al balón que entró como una exhalación en la portería. Adiós sueño.