VITORIA. RALLY italiano Ronde Gomitolo di Lana. Un Subaru Impreza modelo S12B WRC azul marino eléctrico copa los tiempos en cada una de las cuatro pasadas a un tramo de 9 kilómetros. Lo hace despertando una monumental expectación. Es un delirio. No solo porque vence en la clasificación general, sino por quién lo pilota. La máquina japonesa de cuatro ruedas no vacila ni flaquea. La carcasa del conductor, esa bestia mecánica del equipo FirstMotorsport, es una dulce máscara que encubre el pasado que viaja en el interior del coche. La historia de Robert Kubica, uno de los llamados a ser mejores especialistas del mundo al volante de un Fórmula 1. Aunque puede que precisamente esto sea ya historia. Pero quién sabe con el polaco, alado como el Ave Fénix. "Mi objetivo sigue siendo volver a la Fórmula 1. En los próximos meses se verá si puede ser el año próximo o si tengo que esperar hasta 2014". Por de pronto, en ese calvario de recuperación que aún prosigue, 19 meses después de ver cerca la amputación, incluso de estar a punto de perder la vida dada la magnitud de su brutal accidente (fatídico 6 de febrero de 2011 en el Rally Ronde di Andora), va y vence un rally. La primera competición que disputa desde que comenzara su carrera por los quirófanos. "Sé que conducir es como cuando aprendes a andar en bicicleta, no se olvida. Pero quiero verificar mi estado físico y psíquico en competición".

En la cita de Gomitolo di Lana del pasado fin de semana podían estar presentes algunos morbosos; otros simplemente tratarían de corroborar una situación increíble. Tratarían de comprobar la abundante pasión y el espíritu de superación de Kubica, que devuelve al público a la realidad al bajar de su vehículo, cuando las secuelas son evidentes. La cojera es pronunciada y su maltrecho brazo derecho, abrazado por un protector elástico que oculta su gran cicatriz, es torpe a la hora de alzar la copa de campeón, al rociar el ambiente con champán. Es el Kubica de 27 años, el de las secuelas, porque en pista no arrojó debilidad o incapacidad perceptible. De ahí que cobre enteros su posibilidad de retorno al Gran Circo, tras su primera prueba de fuego y superada con el mejor argumento, con casi un minuto de renta sobre el segundo clasificado, Omar Bergo (Mini WRC). "Mi cuerpo está acostumbrado a ciertas cosas y puedo sentir esas cosas sólo mientras conduzco. Ya veremos", entablaba al ser cuestionado sobre sus posibilidades de futuro, apelando a una sensaciones que solo padece sobre el baquet. Algo como místico, espiritual o como de alcurnia.

"Estar aquí ya es un buen paso, pero me gustaría estar en otro sitio", suspiraba el polaco, natal de Cracovia, eterno como almacén de fe. Si no, se hubiera varado en el mero hecho de conducir. Su resignación es latente, pero antepone el "empeño" y la "paciencia" para seguir agotando la senda que le devuelva adonde estuvo. "Todavía tengo un largo un camino por recorrer y probablemente nunca vuelva a estar físicamente como antes", lamentaba sincero. "Pero no abandonaré", solapaba. Unas palabras acompañadas por un emotivo aplauso dedicado por la prensa internacional. Cuenta del poso y del calado de su condición humana en el espectro del motor. Es la enhorabuena tras ganar una batalla de su guerra.

Tal y como reconoció Kubica, que vio expirar su contrato con Lotus en diciembre de 2011, no mantiene contacto con el equipo. Lo que le aleja considerablemente de una posible continuidad en la nómina de la estructura de Enstone, más si cabe teniendo en cuenta que Kimi Raikkonen y Romain Grosjean son los pilotos oficiales y confirmados para la parrilla de 2013. De este modo, Kubica podría verse obligado a tener que seducir a alguna otra formación. Ello a través del canal de la competición, el más exquisito escaparate.

Ahí ha tratado de cautivar, este fin de semana, en una prueba del Campeonato italiano de Rally, el de San Martino di Castrozza, donde completados ocho tramos rodaba cuarto a 25 segundos del líder, pero en el noveno se estrelló sin mayores consecuencias que el abandono.

con la txapela a la f-1 Antes del fatal 6 de febrero de 2011, Kubica era uno de los objetos de deseo del universo de la Fórmula 1. El suspiro de cualquier equipo. De hecho, se le asoció para Ferrari por una relación que se estaba asentando precisamente desde poco antes de sufrir el accidente. Se le requería como compañero de filas de Fernando Alonso. Curiosamente, fue con el coche del asturiano su primer contacto con la F-1, motivado porque Kubica acababa de ganar en 2005 las Renault World Series, lo que le permitió probar el Renault campeón del mundo de ese mismo curso. El título obtenido con la escudería Epsilon-Euskadi y la experiencia al volante del monoplaza francés fueron su catapulta.

De este modo, BMW Sauber requirió los servicios de quien sería el primer polaco en participar en la Fórmula 1 para en 2006, mediada la temporada, sustituir a Jacques Villeneuve. Un compromiso que se extendió tres años más. Si bien, ya en su tercera carrera se subió al podio, donde se ha acunado hasta en doce ocasiones. Pero la obra maestra de Kubica en BMW Sauber fue cuando dio a la formación alemana su primera victoria (en 2008, G. P. de Canadá) en la élite del automovilismo. Es curso más destacado para él en términos globales, pues finalizó cuarto el Mundial. Por contra, aunque afortunadamente porque resultó ileso una vez ocurrido el percance, en 2007 protagonizó uno de los accidentes más impactantes de la Fórmula 1 moderna, quedando reconocible poco más que el cockpit.

Más tarde, en 2010, el polaco emprendió su periplo en Renault (rebautizado en 2012 como Lotus), donde completó una campaña, la última antes de la fatalidad, y en la que alcanzó los 76 grandes premios para su currículo. Después llegó la desgracia, se estrelló contra un guardarraíl que atravesó el Skoda Fabia S2000. Tras numerosas intervenciones quirúrgicas para reconstruir las extremidades del lado derecho de su cuerpo, 19 meses en una sombra donde solo brilla la voluntad, ha vuelto, espera, para continuar su progreso. Kubica sigue aleteando, cogiendo vuelo. Estilo Ave Fénix, resurgiendo.