Cuando la Vuelta corría hacia Orihuela, el pueblo de Miguel Hernández, se ha muerto en Sevilla como del rayo Txema González, a quien tanto quería el ciclismo.

La vida de Txema González se apagó ayer repentinamente y la noticia galopó como un caballo negro por los pinganillos de los ciclistas, metidos en el fregau del sprint de Orihuela, cuna de Miguel Hernández, poeta que murió joven, 32 años, y tuberculoso en una celda franquista. Txema no era poeta, sino masajista del Sky, pero tenía un don: su voz, jovial, era una liberación para los ciclistas que llegaban derrotados hasta su camilla. Era música. Alegría. Les daba vida a los fatigados corredores. En ese sentido tenía algo de poeta, de juglar iluminado y joven, 43 años, al que una infección sanguínea derrotó. Murió en la habitación del hospital Virgen del Rocío de Sevilla.

Allí había llegado con su equipo a la Vuelta. El sábado estaba como un roble. Achicharrado por el calor, eso sí. El domingo, palideció. Como gran parte del Sky, al que afectó una bacteria alimenticia que el mismo lunes bajó de la bicicleta a Ben Swift y John-Lee Augustyn e hizo estremecerse de dolor a Simon Gerrans, que acabó echo polvo, vaciado en vómito. Txema pasó dos veces por urgencias, pero no le detectaron nada extraño y se quedó en el hotel de Sevilla con los mismos síntomas que los ciclistas. Malencarado, dicen, por seguir recluido allí mientras la Vuelta subía hacia el norte, su tierra. El martes y el miércoles, como el resto de miembros del Sky, se fue recuperando de la infección. Incluso dio algún paseo por Sevilla.

La caída fue en barrena, el jueves. Una pierna tenía un aspecto lamentable y preocupante y otro auxiliar del Sky, Crespo, dueño de una empresa de ambulancias, mandó una a Sevilla para trasladarle a Gasteiz. No llegaron a salir. El sanitario que la conducía vio el trombo de la pierna, se alarmó y se lo llevó directo al hospital, donde le ingresaron de urgencia. Antes, fue el propio Txema, tranquilo, el que llamó a Leire, su mujer, para que bajase apresuradamente a Sevilla. Ésta llegó a las seis de la mañana de ayer junto a Jose, el hermano de Txema. Entonces, los médicos les alertaron de la gravedad del asunto. La bacteria, un estreptococo, había pasado a la sangre. De salvar su vida, extremo no tan descabellado, dudaban de que no tuviesen que amputar la extremidad al gasteiztarra. Durante la madrugada se le habían paralizado los riñones. Ayer por la tarde una sepsis generalizada producía un fracaso multiorgánico que le provocó la muerte.

"¿Por qué ha pasado la bacteria a la sangre? Esa es la gran incógnita", aseguraba un médico que sigue la Vuelta. "A veces, las bacterias lo que hacen es acelerar el proceso de alguna enfermedad encubierta. Puede ser lo que ha ocurrido en este caso. Pero es una hipótesis. Ahora mismo todo lo que digamos lo es".

Dolor en el pelotón Quedaban un puñado de kilómetros hasta Orihuela cuando Txema dejó de respirar. La meta, cumbre de la felicidad, fue un velorio. David López, baracaldés del Caisse d"Epargne, entró con cara de funeral. "¿Qué tal?", le preguntaron. "Roto", respondió lacónico, y arrastró su alma encogida hasta el autobús del equipo, donde se rompió. Lloró López, que había coincidido con Txema en su etapa en Euskaltel-Euskadi. Y lloró Josean Fernández Matxín, escondida la humedad triste de sus ojos tras las gafas de sol. Le costó articular las palabras, anudadas en la estrechez de la garganta, al basauritarra, que le conocía desde su periplo como ciclista.

Txema corrió en el KAS y en La Brasileña a finales de los 80 y principios de los 90. Era "El Bolas". Así le llamaban a su padre. Y luego a él. Era un tipo fuerte. Musculoso. No triunfó sobre la bicicleta y cuando lo dejó se metió a masajista. Primero en el SVC, luego en el Ripolín y el Banaka, con Matxín, más tarde en el ACR navarro y, finalmente, dio el salto al profesionalismo con Euskaltel. Allí estuvo ocho años, entre ellos los más bellos. Aquellos de Mayo y David Etxebarria. "Me he quedado helado", reaccionó el igorreztarra; "no me lo creo. Nos unía una buena amistad. Era buen profesional, pero sobre todo, un tipo alegre y bromista. Siempre estaba de buen humor y te contagiaba". Con Mayo coincidía David. En el mazazo y en el recuerdo, cariñoso. "Esto es muy duro. Cuando uno no está se hablan siempre maravillas de él, pero es que en el caso de Txema es cierto. Hacía grupo. Era un nexo de unión entre los corredores y los auxiliares. Con él siempre había un puente tendido. Buscaba el buen rollo y casi siempre lo conseguía".

En 2007 volvió con Matxín, al Saunier Duval. "Era uno de los mejores profesionales con los que he trabajado, pero por encima de eso, era querido. Nadie hablaba mal de él. Era honesto y entrañable. Era un amigo", acertó a decir el basauritarra antes de montarse en el autobús del equipo y llevarse su pena insondable.

Apreciado en su trabajo Cada vez que la temporada tocaba a su fin, Txema coleccionaba ofertas de los equipos. Dominaba el inglés y David Millar se lo quiso llevar al Garmin cuando el británico dejó el Saunier. El gasteiztarra prefirió seguir junto a Matxín. "Era muy apreciado por su trabajo y por su forma de ser", cuenta David García, jefe de prensa del Footon. En 2009, sin embargo, aceptó la oferta del Sky, donde era feliz. "Pero en Sevilla", recordó ayer Matxín, "bromeamos sobre a cuánto ascendía su cláusula de rescisión para que volviese con nosotros, al Geox".

A Juan Antonio Flecha, que ayer se bajó de la bicicleta incapaz de dar un pedal más, le dieron la fatal noticia junto a la puerta del autobús del Sky. Fue un mazazo. Pareció más viejo el catalán, el rostro arrugado, cuando se giró mudo y se escondió en el interior del vehículo.

Entre el dolor y la estupefacción, "no puedo creerlo", a Iker Camaño le afloró una sonrisa tiernísima porque recordó una anécdota de la Flecha Valona de quién sabe cuándo en la que el santurtziarra se cayó y se hizo un corte en la barbilla. Llegó a meta y se fue al autobús, que estaba "cerquita", a unos ocho kilómetros. "Y con el enfado que llevaba le eché la bronca a Txema diciéndole que lo podía haber dejado un poquito más lejos. El caso es que luego me miró la barbilla y me dijo que de hospital nada, que aquello era cosa de unos puntos, que ya lo había hecho antes muchas veces. Cogió los alicates, me metió los puntos y cuando acabó soltó: "Para ser la primera vez no ha quedado tan mal". Era tremendo. Siempre alegre", rescata Camaño, quien en seis años con Txema, tres en Euskaltel y otros tres en el Saunier, siempre tuvo a "Txemoto" de masajista. "El masaje era el mejor momento del día. Yo acababa una etapa roto y me reconfortaba saber que luego estaría con él. ¿Por qué? Por su alegría". Camaño habló por última vez con él cuando fichó por el Endura para correr la Vuelta a Gran Bretaña. "Estupendo", le felicitó, "ahora aprieta bien los cojones, anda y haber si podemos hacer algo para que vengas aquí (al Sky)".

"Cuando me enteré de que estaba en Sevilla, enfermo en el hotel, pensé que tenía que llamarle. Y mira, lo dejé pasar, y ahora… ¡Puff! Es increíble, qué palo", lamentó Camaño la muerte del masajista que alegraba a los ciclistas.