ropongo este ejercicio. Cerrar los ojos. Imaginar una puesta de sol, una última brisa acariciando cálida la piel y un aroma como a tarde de verano que declina. ¿Lo tenemos? Bien. Pensemos ahora en una radiante mañana dominical. Sin prisas, abierta, toda para nosotros. ¿Lo tenemos también? Perfecto.Más o menos así comenzó la quinta audición de Ondas de Jazz. Fue Domingo, pieza contenida en Reflexion (2017). Primero llegó una delicada introducción de contrabajo a cargo de Ander García. Después Lucía Rey rozó con las yemas de los dedos las teclas del Yamaha afinado a conciencia por Kike Arzamendi. Y finalmente, Michael Olivera tomó las escobillas para imprimir brochazos suaves sobre el parche de la caja. El tema duró apenas tres minutos. Entre el público, alguien suspiró y después todos aplaudimos. Suavidad es una palabra que encaja bien. Mensaje escueto, neto, esencial, son términos que también debo anotar.

A continuación, Rey cogió el micrófono. Anunció que su concierto sería un viaje por aromas y lugares. E introdujo el segundo tema. Chopin es una composición inédita que homenajea “a uno de los grandes”. Y entonces avistamos el sentido de sus palabras. La pieza exhala un aire clásicamente romántico: escalas diatónicas, cruce de manos, ritmo exquisitamente ternario. Fue un ejemplo de la tercera vía, y la evidencia de lo que Rey defiende: enamorada del jazz sí, pero de la música en general también.

Luminosa fue su tercer argumento. LuminosaNos trasladamos a un lugar que, por desgracia, solamente habita en la imaginación. Es un punto del globo geométricamente complejo de situar mediante frías coordenadas cartesianas. Se encuentra entre Nueva Orleans, La Habana y Cádiz. Se llama jazz latino y algunos lo han visto. Tras el inmenso preludio de García, llegó el tiempo del ritmo: cencerro, agudos al timbal y arcos. Rey se levantó del banco y esbozó significativos y contenidos pasos de baile.

Sucede que Rey no sólo es pianista, sino que además culminó la carrera de danza. Y estudió en el Centro Superior de Artes de la Habana y en el Brooklyn Conservatory, donde recibió lecciones del legendario Barry Harris. Todo ello hace de ella una artista completa, que busca el matiz y la raíz. Lo demostró después de la entrevista, tras colgarse la key guitar y enviarnos a la otra orilla del Mediterráneo para envolvernos en largas disonancias mientras García, que cambió contrabajo por bajo eléctrico, ejecutaba un mántrico groove. Lo árabe se colaba mientras Rey cantaba a la frontera cultural, pero también al diálogo de ese arcaico estribillo: “Tres morillas me enamoran”.

No termina aquí el festín. Como explicó, la música popular mestiza sigue otra ruta: la que une Península Ibérica y América. Son los cantes de ida y vuelta, nombre que lo dice todo. Colombianas atrapó al público con su melodía y el vértigo de las escalas, como si algo muy íntimo y primitivoColombianas, muy del corazón de los que estábamos, hubiera sido tocado.

Propongo un ejercicio final. Imaginar un recital que empieza suave y termina muy arriba. Sucedió en el primer bis de la temporada cuando OrienteAlgo había pasado entre tanto. Y Lucía Rey tiene la fórmula mágica.