En el alicaído mundo taurino se emplea la expresión “tarde de expectación, tarde de decepción” cuando se anuncia cartel rematado con toreros y toros y acabada la tarde, el fiasco monumental acompaña al personal al abandonar la plaza. Algo parecido ocurrió el pasado domingo cuando a las nueve y media de la noche se ofreció la entrevista grabada el viernes anterior con el President del Govern catalán y el singular periodista/actor, Jordi Évole, en una oportunidad perdida de hacer substanciosa entrevista al personaje más denostado a nivel estatal, pero elegido por su pueblo para la más alta magistratura.

A lo largo de sesenta minutos periodista y político mantuvieron posiciones, argumentarios y trucos dialécticos más o menos aprendidos, repetidos, fotocopiados. Ninguno de los dos consiguió llevar el agua a su batea y mientras Jordi atacaba, interrumpía, luchaba denodadamente para sacar algo novedoso, el President despejaba a córner, sacaba balones fuera del terreno de juego y flotaba en medio de la marea de preguntas evolianas.

Y todo para llegar al final del programa con la convicción de combate nulo, ni vencedor ni perdedor y eso sí, valentía del President para aceptar la propuesta de Evole, que el Partido Popular no quiso ni oler. Si no quieren hablar ante las cámaras qué querrán hablar los responsables de la Moncloa, después del 1-O.

En un ambiente frío y elegante a la vez, los dos personajes se sentaron frente a frente, Puigdemont más controlado y tenso, Evole más inquieto y deseoso de pegar un zarpazo que no llegó, y por ello no pudo acorralar al político. A la caza de la contradicción, del apuro ante videos del pasado, como el de Forcadell, la dinamita periodística se fue mojando a medida que pasaba el tiempo. La duda del inicio se mantuvo al final: cómo será la jornada del referéndum fallido. Votarem, votarem!, eso parece claro. El cómo ya es otro cantar.