hoy a media noche, se dilucidará el ganador de Gran Hermano 16 en un programa conducido por la histriónica Mercedes Milá, convertida en caricatura periodística por obra y gracia de los encantos del reality y el contrato millonario de Paolo Vasile, alma mater de Mediaset.
A trancas y barrancas, pero conservando una cifra de share y audiencia todavía envidiables, la navegación mediática de los hombres y mujeres de la casa de Guadalix de la Sierra llega a su término y por fin sabremos si el sabroso maletín de 300.000 euros, menos la parte que se llevan los vampiros de Hacienda, va a parar a tierras vizcaínas o navarras, ya que el duelo final lo están interpretando Haritz y Sofía, dos personajes envueltos en un halo de sexo, erotismo y edredonings para dar y tomar, en una simplificación de la competición que ha ido eliminando a figuras de poco perfil y escasa emoción, teniendo a la artista acompañante de circo Nidzela como prototipo genuino y aburrido. De momento, la audiencia está dividida entre la joven ninfa, que se come a los muchachos como vulgar mantis religiosa y el escurridizo, camaleónico y atrevido Haritz que ha propiciado una relación gay con un jovencito oriental que ha quedado atrapado en la telaraña urdida por el muchacho del sombrerito. Queda sin dilucidar con contundente claridad, si la pareja surgida en los largos días y noches de Gran Hermano 16, se conocían antes de entrar en el programa, por un desliz de Han en la entrevista con Milá y posterior conspiración en redes sociales. Más madera para un programa que todavía es capaz de atraer a los telespectadores, cansados ciertamente de un desfile de muñecos con poca gracia, inspiración y juego. Ya se anuncia Gran Hermano VIP y a continuación otra edición del reality más afamado de la tele europea. Está visto que la máquina de triturar cándidas almas jovenzuelas no se detiene.