madrid. La eterna confrontación entre hombre y mujer es el tema sobre el que gira toda la obra de Alberto Giacometti, aunque el reconocido escultor y pintor suizo se preocupó de plantear sus estilizadas figuras en bronce no como piezas aisladas, sino como un espacio abierto a todo tipo de experiencias.
Bajo esa premisa, Terrenos de juego ofrece en las salas de exposiciones de la Fundación Mapfre, una retrospectiva de Giacometti (Borgonovo, Suiza, 1901-Coira, Suiza, 1966) que recorre toda su obra, desde sus primeros trabajos surrealistas hasta sus grandes figuras de Hombre que camina y Mujer Grande, realizadas inicialmente para la plaza del Chase Manhattan Bank de Nueva York.
La muestra, coproducida por la Fundación Mapfre y Hamburguer Kunsthalle de Hamburgo y repartida en dos plantas, reúne 190 piezas entre esculturas, pinturas, dibujos, grabados y fotografías, cedidas por 32 prestigiosas colecciones internacionales públicas y privadas. Annabelle Görgen-Lammers, comisaria de la exposición junto con Pablo Jiménez Burillo, director del Instituto de Cultura de la Fundación Mapfre, aseguró ayer que la "tensión entre hombre y mujer" recorre toda la muestra, desde sus tempranas y "frágiles" esculturas surrealistas, con claras influencias de las culturas de África y Oceanía, hasta sus últimas obras.
Además, la muestra, que ha sido vista en Hamburgo por más de 100.000 personas, ofrece desde la perspectiva del terreno de juego de Giacometti "piezas únicas" que el gran público no relaciona con el artista, según Görgen-Lammers. Así, de su primera época son sus cabezas planas, como Cabeza mirando, sus objetos sin pedestal, concebidos para jugar con ellos, o sus esculturas horizontales de principios de los años 30, concebidas como maquetas de lugares, entre las cuales destaca Maqueta para una plaza.
Estas obras recuerdan, por su tamaño y forma, los tableros de juego, en los que el escultor juega con la ubicación de los elementos sobre la plancha que los une, como también se constata en los dibujos preparatorios de Giacometti, en los que se aprecia su continua exploración entre la distancia y los objetos. Tras la Segunda Guerra Mundial, el artista cambia radicalmente de estilo y comienza a elaborar sus series de estilizadas esculturas en bronce agrupadas, de las que la exposición muestra una buena representación sobre planchas de bronce concebidas como lugares urbanos y espacios naturales. De esa época proceden sus series de litografías sobre la capital francesa, como París sans fin, y sus emblemáticas esculturas con movimiento, una de las cuales fue vendida en subasta en 2010 por la astronómica cifra de 104,3 millones de dólares.
Y su pequeño taller, de 18 metros cuadrados y ubicado en un complejo de barracas de Montparnasse, aparece representado en la muestra en un cuarto independiente con las mismas dimensiones que el real, en un intento por recrear este espacio físico y mental tal y como lo concebía Giacometti.