Altzuza. Sostiene el escritor Ramiro Pinilla que "todos necesitamos contarnos de alguna forma". Hay quien lo hace con gracejo en las conversaciones entre amigos; quien habla a través de sus acciones; y quien posee una intuición artística y escribe, compone o pinta. Remigio Mendiburu (Hondarribia, 1931-Barcelona, 1990) hacía esculturas y, seis años antes de morir, contó el porqué. Juan Pablo Huércanos, subdirector del Museo Oteiza, conocía los hechos, pero en el proceso de gestación de la exposición que ha comisariado y que el museo de Altzuza (Nafarroa) acoge hasta octubre, encontró nuevas referencias.

En 1936, con solo cinco años, Mendiburu, hijo de vascos republicanos, huyó con su familia a Barcelona y, al caer la República, sufrió un abrupto exilio en Francia. "Allí fueron internados un tiempo en un campo de concentración y, después, durante cuatro o cinco años, sobrevivieron de una manera muy precaria en un entorno muy afectado por el hambre y la muerte, por condiciones de vida muy duras y extremas", describe Huércanos. Cuando regresaron a Hondarribia, la vuelta no estuvo exenta de disgustos. Al final de su vida Mendiburu aún recordaba la impresión que le provocó contemplar muebles y enseres de su familia, que les habían sido confiscados, en casas de sus amigos.

Se ha leído en su escultura musculosa los ecos de la huida forzada, la penuria económica y la identificación de la supervivencia con un esfuerzo sobrehumano. Pero el comisario de La construcción de la forma recalca que esta experiencia devastadora de su infancia "no es algo que explique su obra" aunque figure en su "germen".

"No quería condicionar el relato de la interpretación de su escultura, no es esa la idea, pero en el origen es una experiencia constituyente de su ser", admite. Cuando Mendiburu se refiere por vez primera a esas circunstancias, afirma que "todo lo que ha hecho en su vida, toda su creación artística, lo ha hecho para explicar los horrores de la guerra que ha vivido". "De alguna manera -explica Huércanos-, hay un testimonio de un artista entregado a una dimensión que en algunos momentos le sobrepasa a él y nos sobrepasa a todos, pero que está dispuesto a conducir a través del hecho creativo". "Ese desbordamiento que tiene mucho que ver con la intensidad en lo personal es lo que hace que su obra permanezca en el tiempo y en la memoria", sugiere.

Para el subdirector del Museo Oteiza, la obra del escultor guipuzcoano se corresponde con la de un artista que "en un periodo germinal de la infancia ha sido arrancado de su lugar, ha sido desarraigado, y que a lo largo de toda su vida lucha por recuperar una identidad elemental". "También es una lucha contra el olvido, y contra el olvido de uno mismo. Su escultura claramente es un intento por comprender la realidad. Yo al menos así lo entiendo", analiza. "Al creador, el hecho de vivir esas experiencias no le sirve para nada, no le ayuda, no le resuelve, pero está en el origen de una escultura muy vinculada al esfuerzo". El escultor decía que creaba existencialmente, con los materiales que encontraba, con lo que la situación que vivía en cada momento le proporcionaba. "Creo que eso también hace que sea una obra que te puede parecer más o menos interesante, pero no es artificial, hay poca idea de artificio, todo es muy real. La escultura juega un papel de mediación con lo real, que para él es determinante". De hecho, en sus escritos, Mendiburu anota una imagen decisiva: "En el campo de concentración conocí a un chico que dibujaba y me di cuenta de que en lo que hacía había una especie de salvación que no existía en la realidad".

mapa de esculturas

Donde habita la poesía

En las cerca de 40 obras que ha ordenado el Museo Oteiza, desde impresionantes esculturas de madera de gran formato hasta dibujos sobre papel que revelan la importancia que Mendiburu concedía al proceso constructivo, se detecta que pesa más el concepto de energía que el de forma, que se impone la voluntad vitalista y el intento de bajar la escultura del pedestal "para disponerla en el espacio y en la vida", tercia el comisario.

Todas las piezas pertenecen al periodo que transcurre entre 1970 y 1982, en el que el lenguaje de Mendiburu intensifica su singularidad, al desarrollar un "personal modelo constructivo", determinado por la acumulación y ensamblaje de elementos. "El hecho creativo, que sale muy de dentro de las entrañas, tiene que ver con la necesidad de construirse a través del arte para una persona que durante un periodo de su vida fue totalmente arrancado o desarraigado", interpreta Huércanos, que revela las sutilezas del discurso expositivo.

Son obras que se construyen desde su propio interior y "en tensión con la concepción más tradicional de objeto". Mendiburu estaba muy preocupado por eliminar el concepto de peana, de objeto que se coloca sobre un soporte, y buscó fórmulas que "se introdujeran en la idea estructural de la pieza y que no detuvieran ese flujo, digamos, simbólico". "Sus obras no pueden ser consideradas ni estatuas ni monumentos, la escultura renuncia al soporte que resulte ajeno a su propia estructura", señala.

Este conflicto con el pedestal, cuyas primeras manifestaciones pertenecen a Brancusi y Boccioni y a los principios del siglo XX, desembocan en la concepción de Mendiburu de la creación como experiencia o proceso, una escultura que se resuelve a medida que se trabaja en ella.

"Prodigio y tragedia, belleza y subordinación", como la describió el escritor Carlos Aurtenetxe, "en esas obras escultóricas habita la poesía". Y ellas no solo habitan en el Museo Oteiza, sino que han ocupado distintos espacios públicos. Una de las obras mas conocidas es Herri Txistu Otza, una veintena de tubos de acero inoxidable, representación simbólica del sonido ascendente de un txistu, se sitúa en el número 1 de la avenida de la Libertad de Donostia. En la sede de Kutxa asoman Ruido del abismo y Arte sonado, y en el pasadizo que conecta Carlos I con la avenida de Madrid se esconde la escultura de hierro Sin título (1973). Los mendizales conocen el Monumento a la Unión de los Pueblos, entre Pasaia y Hondarribia, o Txoria en el Puntal de su localidad natal. Alguna, incluso, se ha colado en la intimidad del hogar: a través de su pieza Homenaje a la txalaparta, que el movimiento Ez dok amairu adoptó como logo e insertó en todos sus discos.

Muchas de sus obras se custodian en su taller, una antigua fábrica ubicada en el camino a Guadalupe. En su momento se planteó impulsar una fundación en Hondarribia pero ese proyecto lleva años en el dique seco, como si las condiciones adversas que este artista de convicciones profundas se topó en su época en el ámbito económico, político y social -como gran parte de la escultura vasca de posguerra- no se terminaran nunca. Tal vez, como explicó gráficamente el historiador y crítico de arte Xabier Sáenz de Gorbea, encomendado de la catalogación de la obra de Mendiburu por encargo de la Diputación de Gipuzkoa, "hay demasiados gigantes para meterlos en un 600; en nuestro contexto había demasiados gigantes para haberlos podido homenajear, incentivar y apoyar, demasiados artistas importantes".

hasta los 80

Oteiza, Chillida, Gaur

¿Y eran ellos conscientes de su importancia? "No es fácil contestar. Mendiburu es muy consciente de lo que hace y reflexiona mucho sobre ello, pero en esos años la conexión con el exterior y la información de la que se disponía era mucho menor. A pesar de que tenía relación con Francia y se había establecido un par de años en París, adonde solía viajar, vivía en cierto aislamiento, no es comparable con la realidad actual en la que todo está mucho más conectado. Posiblemente eran muy pocos los que tenían información del arte que se estaba realizando en el exterior; es en los años 80 cuando esa conexión se articula, cuando salen más", precisa. "Él era consciente, aunque no es un artista que tiene una inserción muy clara en el, digamos, sistema de arte. El hecho de ser un artista insertado en el sistema de arte permite el acceso a comisarios, historiadores que interpretan tu obra, y en contraste con esos agentes, tú también evolucionas. Los artistas vascos, salvo Chillida, en esa época vivían en un contexto en el que eso no se producía, a diferencia de otros lugares, como Alemania, donde el artista tenía muchos soportes. Aquí tenía mucho que ver con una voluntad y una tenacidad personal, más que con una gran disposición de medios. Mendiburu estudió Bellas Artes en Madrid y Barcelona, pero lo normal en aquella época era ser autodidacta", desarrolla el comisario.

Mendiburu formó parte del grupo Gaur en 1966 junto a Amable Arias, Néstor Basterretxea, Eduardo Chillida, Jorge Oteiza, Rafael Ruiz Balerdi, José Antonio Sistiaga y José Luis Zumeta. Ese año fue seleccionado para participar en la Bienal de Venecia, lo que consolidó su posición como escultor y le permitió mostrar su obra en Alemania, Estados Unidos, Art Basel, Chicago y París.

¿La coincidencia en el tiempo con Oteiza y Chillida le oscureció, o fue la postura crítica que mantuvo hacia los canales de comercialización del arte? "Oteiza y Chillida son unos referentes muy grandes, pero también la presencia de los grandes otorgaba una cierta visibilidad al grupo de artistas que trabajaba en ese entorno. Es cierto que era una persona un poco distante o que no se preocupó mucho por la comercialización de su trabajo, pero en aquel momento las oportunidades eran muy escasas", observa.

El propio Mendiburu afirmó en vida lo siguiente: "Me muevo por necesidades, no por conceptos. Hago teoría de una vivencia, no vivencia de una teoría: ahí me planteo la temporalidad, el problema del tiempo y del ser humano".

En esa misma entrevista, realizada por un periodista inglés, verbaliza el origen de su creación, la necesidad de expresarse o de salvarse a través de la expresión. "Mi escultura nace por la necesidad imperiosa de expresarme y contar, de alguna manera, lo que había vivido en la guerra y en el exilio, una historia que no había contado a nadie", confesó el artista hondarribiarra.

Huércanos, tras su inmersión en el universo Mendiburu, concluye que su arte "no es un modo de buscar consuelo, sino un modo de buscar la verdad. Un modo de comprender y comprenderse a través de la creación. Una verdad que explique el mundo".