Ya lo afirmábamos la pasada semana, pero con la familia Windsor. Y ahora toca bajar al barro. No hay verano sin agosto, ni agosto sin un buen temazo made in Leticia Sabater, la examiga de los niños, convertida desde hace años en el mayor icono pop hortera del Estado. Ese que no desaprovecha ninguna ocasión para acudir a cualquier versión de Sálvame para presentar su último hit o su nueva operación estética. Que, en realidad, viene a ser lo mismo, pues ambas apuestas artísticas encierran grandes dosis de náuseas, arcadas y excitación. Eso sí, basta con escuchar su último single, Bananakiki (disponible en YouTube), para cerciorarse de que ella se ríe mucho más de nosotros que nosotros de ella.
Porque solo una mente privilegiada como la suya es capaz de gestar tantos focos de atención mediática. Al menos, tres al año. Y la prensa, al rebullón, no se corta un pelo en cubrirlos. Por ello, nuestra diva vive este verano crecida. Hinchada. Inflada desde aquella fiesta ilegal que se organizó en su casa (sin su consentimiento) en pleno confinamiento severo. "Aquella noche del 2 de enero había hasta atracadores y narcotraficantes", llegó a explicar a Jorge Javier en directo. Todo ello tras cifrar en 20.000 euros los destrozos sufridos en su lujoso chalet y su querella contra todos los asistentes. Porque así es la vida de la famosa cantante de El polvorrón: intensa, vehemente y utópica.
Tanto que, según acaba de confirmar, su próximo proyecto será una docuserie (autoproducida) sobre su vida personal y profesional: "Estamos en el planteamiento de qué es lo que vamos a sacar y qué es lo que no vamos a sacar. Luego se ofrecerá a las cadenas privadas para ver quién la compra. Y ya hay inversores. Os aseguro que habrá sorpresas". Leticia Sabater: cantar (sin necesidad) para seguir viva.