Ante la compleja geopolítica mundial que contextualiza el debate climático y el energético, claves para nuestro futuro social, cabe recordar que la idea clave o central de todo el pensamiento y de la teoría económica de Adam Smith, padre de la ideología clásica del capitalismo (liberalismo económico), decae ante problemas tan globales como el de la sostenibilidad de nuestro planeta: afirmaba Smith que el egoísmo del ser humano es la clave del bienestar de la sociedad en su conjunto. Frente a esa tesis, y ante un reto global o mundial como el climático, cabe afirmar que solo la solidaridad responsable y compartida podrá permitir avanzar para gestionarlo con éxito.

Europa no tiene otra alternativa. No tenemos energía, la sociedad está concienciada, los otros bloques no están actuando. Hay que europeizar el proceso y profundizar en la integración. O nos integramos más o nos desintegramos.

¿Por qué es tan importante esta dimensión europea y mundial? Porque los factores que impulsan el cambio climático y la pérdida de biodiversidad son de alcance mundial y no se ven limitados por las fronteras. La UE puede y debe utilizar su influencia, sus conocimientos técnicos y sus recursos financieros ad intra y ad extra para movilizar a sus vecinos y socios con el fin de que se unan a ella en una senda sostenible.

El Pacto Verde fomentará un uso coherente de todos los instrumentos de actuación: la regulación y la normalización, la inversión y la innovación, las reformas nacionales, el diálogo con los interlocutores sociales y la cooperación internacional. El pilar europeo de derechos sociales guiará la acción velando por que nadie se quede atrás. Conceptualmente uno de los aspectos más interesantes del plan es la constatación de la interconexión entre objetivos económicos, sociales y ambientales.

De ahí que el Pacto verde apueste por actuar en todos los niveles políticos mediante herramientas diversas que incorporan en una dimensión multinivel la regulación, la estandarización, la inversión, la innovación, reformas en los estados miembros, diálogo con los agentes sociales y cooperación internacional, entre otros.

El plan y el objetivo de acelerar la transición energética europea no será realmente efectivo sin una actualización más profunda de la gobernanza de la UE: Europa debe dirigirse hacia un modelo decisivamente más federal. En efecto, para llevar a cabo todos esos profundos y ambiciosos objetivos no será suficiente la buena voluntad de la Comisión Europea. Hay que empezar con una revisión minuciosa del derecho europeo en el ámbito del sector energético y conferir a las instituciones europeas con poderes más fuertes para asegurar que todos los Estados europeos y sus instituciones respeten los objetivos y las obligaciones del Pacto Verde.

La innovación debe ser radical: hay que atreverse a innovar apostando por nuevas formas de colaboración público-privada para aprovechar todo el potencial creativo y la experiencia acumulada. Reconstruir económica y socialmente nuestras sociedades requiere nuevas fórmulas y coaliciones aprendiendo de las experiencias de las viejas fórmulas jurídicas; es necesario articular nuevas fórmulas de colaboración con la participación de la sociedad civil en su diseño y control para que las interioricen y las sientan como propias.

La transición hacia la gran transformación, hacia un nuevo orden de la energía para superar la crisis climática ha de ser justa e integradora. La nueva política climática-energética se debe aplicar en todos los niveles, teniendo en cuenta su naturaleza descentralizada. La naturaleza transnacional de los asuntos medioambientales y energéticos es solo una razón más para situar la soberanía energética fuera del nivel nacional.

Es tiempo de sumar capacidades y esfuerzos apostando por proyectos con un enfoque sistémico con grandes consensos en vez de acciones aisladas y desconectadas en el que cada uno defiende lo suyo con una mirada de corto plazo.