lo largo de la historia, la cultura y el deporte han funcionado como embajadores por excelencia de cualquier comunidad. Actuando como herramientas que estrechan lazos entre regiones lejanas y cercanas, mejorando la comunicación entre ellas, pues no dejan de constituirse como idiomas universales que todo ser humano entiende. A través de éstos se acercan entre sí las personas y comunidades ayudando a superar sus diferencias, fomentando el diálogo, achicando prejuicios, difuminando estereotipos.
Cultura y deporte se han utilizado también desde tiempos inmemoriales como un medio pacífico de acción política. Durante, por ejemplo, la tórrida época del apartheid, muchos países se negaron a mantener encuentros deportivos con Sudáfrica y, se dice, este hecho favoreció el esperado cambio político y social del país. También en 1980, como respuesta a la invasión soviética de Afganistán, sesenta y cinco países, con Estados Unidos a la cabeza, boicoteaban los XXII Juegos Olímpicos celebrados en Moscú al negarse a participar en ellos. Y, actualmente, tanto la cultura como el deporte ruso están siendo vetados por multitud de estados como respuesta a la guerra en Ucrania, apartando al país dirigido por Putin de todo tipo de proyectos, iniciativas, citas y eventos tanto en el plano cultural como deportivo. Todo un boicot orquestado por multitud de organismos internacionales de la cultura y el deporte. Un intento, en definitiva, por hacer llegar un claro mensaje al pueblo ruso. Algunos dirán que este tipo de actuaciones no sirven de nada, pero no dejan de ser respuestas de protesta como otras que se han dado desde el plano político, social y económico, confirmando que la cultura no puede entenderse ajena a esos sectores.
La cultura puede funcionar, como hemos dicho, como pegamento social entre comunidades alejadas. En décadas anteriores, por ejemplo, eran muy frecuentes los intercambios expositivos entre países: artistas de una nación mostraban sus obras en otro Estado y viceversa. Por no hablar de la mayoría de los museos de arte que siempre han prestado buena parte de sus fondos a centros de arte de otros confines del planeta. Recordemos como en 2002 las dos "majas" de Goya salieron del Prado para exponerse en la National Gallery de Washington, a pesar de que muchos restauradores pusieron el grito en el cielo. Pues, obviamente, hay obras que no deben prestarse porque siempre existe el riesgo de que les suceda algo por el camino.
Pero no es necesario acarrear obras emblemáticas de un país a otro para que el "puente cultural" se produzca. Desde hoy mismo, por ejemplo, en Zas Kultur podemos ver la intensa muestra Trazo Atlántico compuesta por un centenar de obras de creadores actuales, vivos y vivaces, de nacionalidad mexicana. Obras que no dejan de narrar gráficamente su lugar y ambiente de procedencia. Gasteiz, asaltada, pero pacíficamente, por un pequeño ejército de creadores mexicanos. Ojalá todas las invasiones comenzaran y acabasen así.