oion - Oion es mucho más de lo que se ve. Bajo sus calles hay un patrimonio histórico rico y singular, aunque el hecho de que ese sea propiedad privada no facilita, precisamente, su puesta en valor ni la facilidad de su visita. Y no porque no se quiera mostrar, sino por las complicaciones que genera organizar y mantener abiertas esas instalaciones.
Una de esas singularidades solo pudo visitarse durante un día, el 18 de septiembre de 2011, cuando la Fiesta de la Vendimia recayó en Oion. El entonces alcalde logró que los propietarios abrieran la puerta de la nevera de Oion para que pudiera ser conocida, ya que hasta ahora la única accesible era la que está en el término de Labraza, en pleno monte. Y los que tuvieron la suerte de entrar en la profunda nevera se llevaron además las explicaciones del hombre que logró, en silencio, que ese resto del pasado no se perdiera para siempre. Teodosio Gutiérrez, don Teo.
Don Teo, que falleció el 20 de enero de 2016, a los 96 años, aún tiene pendiente que Oion y la zona le ofrezcan un merecido homenaje. Por un lado, porque tras comprar un solar en Oion lleno de basuras y escombros, lo restauró y rescató del hundimiento la nevera que había dado servicio a la localidad al menos desde el siglo XVII. Y, en segundo lugar, porque en los años 40 don Teo fue el encargado de realizar la concentración educativa de los pueblos de Moreda, Barriobusto, Yécora, Lantziego, Kripan, Elvillar y Labraza en el colegio de Oion y posteriormente fue director de ese centro hasta su jubilación. Es decir, que varias generaciones de vecinos de esos pueblos fueron alumnos suyos en un momento u otro y hubiera sido justo un pequeño homenaje.
Y si sin Teodosio Gutiérrez se hubiera perdido la nevera, sin Manuel González Pastor, el erudito historiador de Oion, hubiera sido un trabajo muy complicado el recuperar la memoria de su historia.
Empeñado en conocer en profundidad los aspectos de la vida rural oionesa desde el siglo XVII, González Pastor se fue encontrando con numerosos documentos que hablaban de esta nevera, que se encuentra en la calle Las Cuevas, al norte de la localidad, al menos desde 1643, según certifica el documento más antiguo que ha localizado hasta ahora. Su construcción es de piedra de mampostería y la cúpula de piedra de sillería, cilíndrica, con un único acceso a través de una empinada escalera y en cuyo interior guarda la sorpresa de dos pequeños calados y una pared cerrada que podría comunicar, como era tradicional en la época, con otros calados de la zona. El suelo es el de la propia roca y cuenta como elementos curiosos con dos hornacinas, veleros, que servían para colocar una candela e iluminar su interior. Ese es el aspecto que hoy presenta, pero cuando en los años 60 don Teo compró el solar, lo que había eran unas edificaciones hundidas, que habían dejado un solar donde se amontonaban colchones y cachivaches variados, ya que, al no usarse, la nevera se había ido al olvido. Con paciencia y ahorros, lo fue recuperando, primero eliminó los escombros y adecuó el lugar. Limpió el interior y mejoró la entrada, colocando una puerta mucho más segura. Y finalmente construyó un merendero en el exterior que fue la razón por la que se había hecho con ese lugar.
Manuel González cuenta que las piedras de sillería de la cúpula procedían de las que sobraron durante la construcción de la iglesia parroquial de Santa María de la Asunción y que era de propiedad municipal. Su explotación se sacaba a subasta a candela encendida (remate) entre forasteros y vecinos y gracias a las investigaciones que ha realizado en los archivos municipales se han podido conocer nombres de adjudicatarios, pagos realizados y hasta los oficios que hacían posible todo el proceso desde la recogida de la nieve en el monte hasta su entrega a los clientes.
De esta manera han llegado hasta nuestros días los gastos que conllevaba su mantenimiento, como el “despojo de la nevera de la leña por la que estaba cubierta, al herrero por los clavos, hornijas para el cópalo de la nevera, plomo para empotrar los anillos, barras de hierro, rastros para allegar la nieve, sogas, marcos, puerta de la nevera, maderas, cabríos, torno, gastos de carpintero, leña, tejas, tejado de la nevera, capazos para traer la nieve, estiércol, paja, banastas, comportilla para medir la nieve, serones para traerla y otros conceptos”.
En cuanto a su uso, el mundo antiguo romano y árabe. Creó una cultura de uso, pero en nuestro país aquello de tomar las bebidas frías no llegó hasta bien entrado el siglo XVI, como recuerda el historiador José María Lope de Toledo: “se usaban fríos, en los rigores estivales, el vino, el agua y las bebidas espiritosas. Como medio de refrigeración se ideó primero sumergir los líquidos en los pozos, o exponerlos al relente nocturno en vasijas porosas cubiertas con un paño húmedo, o bajándolas a cuevas o sótanos. También con mucha frecuencia se empleó el salitre. Pero el magno recurso era la nieve, allí donde era posible utilizarla”.
De esta manera surgieron las neveras, de las que en el Territorio Histórico hay unas 20 gran des conocidas, de ellas dos en Labraza, una en el monte y otra en el propio pueblo, y ésta de Oion. También hay otra, magnífica, en Yécora y otra muy pequeña en Lapuebla de Labarca. Su construcción, al margen de su tamaño, era muy parecida. Se trata de construcciones muy resistentes realizadas con piedra caliza o arenisca, suelo de roca -como es el caso de la de Oion- estructura de madera para la cubierta y tejas. La profundidad oscila de unos a otros entre los 6 y los 12 metros y su anchura entre los 4 y 8. En la parte superior solía haber una construcción, circular o de otra forma, en la que había un torno para subir los bloques de hielo y algo más alto un almacén donde se guardaban hierbas secas para las capas de hielo. Ese espacio se denominaba gambara.
El trabajo de la nevera duraba todo el año, ya que en verano y otoño era cuando se recogían hojas secas y hierbas que se usaban para acolchar el hielo, para que absorbieran el agua del deshielo. Posteriormente, cuando nevaba, si era en la localidad bastaba con hacer unas bolas de nieve que se arrojaban al interior y posteriormente se prensaba con los pies o con mazas. Si no nevaba en el pueblo había que subir a la sierra con mulas que llevaban dos odres cada una, colocando unas pieles de cabra en la panza de los animales para que no se enfriaran. Y eso sucedió muchas veces: en 1669 la nieve se tuvo que comprar en Clavijo, en La Rioja, y en otras campañas se tuvo que ir a Aguilar de Codés, Lapoblación, Viana, Logroño, Labraza, Yécora o Azuelo, en Navarra.
Pero como todo lo que evoluciona, también las neveras se reconvirtieron. En 1867, en Londres, se puso en marcha un aparato mecánico para producir hielo y en 1868 un científico logró congelar en doce minutos una pieza de 20 centímetros de diámetro y 50 centímetros de altura. Fue entonces cuando las antiguas y laboriosas construcciones que conservaban la nieve helada dejaron de tener sentido y utilidad y comenzaron a clausurarse.