vitoria - Una misma historia, tres versiones. El juicio celebrado ayer en el Juzgado de lo Penal número 1 de Vitoria por los supuestos maltratos, detenciones ilegales y amenazas cometidas presuntamente contra una menor por parte de su expareja durante tres años, dio como resultado una serie de giros inesperados que únicamente quedarán resueltos una vez que el magistrado se pronuncie sobre lo ocurrido. De su decisión también estará pendiente el ex compañero de piso de la pareja, a quien la chica acusa de haber ayudado a su exnovio para atarla, retenerla y planear su muerte. La menor se reiteró en su denuncia y dibujó un escenario de agresiones y vejaciones continuas. Su ex pareja ilustró un panorama de placidez y discusiones “sólo verbales”, y el segundo acusado aseguró que la única víctima de violencia física mientras la pareja residió en la calle Urbina había sido él mismo, pues recibió dos palizas por parte del exnovio. El juicio quedó visto para sentencia.

El primer testimonio, ofrecido por el exnovio de la denunciante, un joven que contaba con 28 años en el momento en el que comenzó su relación con la joven, de 14 años, resultó sorprendente por lo tajante y lacónico. A lo largo de una hora y media, negó todos y cada uno de los hechos expuestos por la acusación. Únicamente reconoció haber consumido cocaína de forma regular, aunque no abusiva, y se escudó en que el asesinato de su madre a manos de su padre le abocó a las drogas. “Sólo teníamos discusiones normales de pareja, nunca le puse la mano encima”, afirmó ante el tribunal.

A preguntas del fiscal, las acusaciones particulares y los abogados de la defensa, el inculpado explicó que, inicialmente, él mantenía una relación sentimental con la madre de la denunciante, de origen rumano, y que en un momento dado, decidieron ir a Rumanía a recoger a la menor, ya que su padre era alcohólico y se quedaba con el dinero que enviaban para su manutención.

La joven se integró en el hogar de su madre, donde convivía con los hijos de la pareja, hermanastros suyos. Puesto que la relación con su progenitora no era buena y la pareja de esta le defendía cuando surgían roces entre ambas, la amistad se fue tornando en cariño. Tanto fue así, que ambos acabaron manteniendo un idilio que se prolongó durante tres años. Una atribulada historia que les llevó a residir en Vitoria, Haro, Santander y Gernika.

De acuerdo con lo expuesto por el acusado, nunca hubo agresiones. “La relación fue buena hasta que dejó de serlo”. Según él, cuando le confesó que se había enamorado de otra mujer, la dejó en la calle san Antonio para que acudiera a un centro foral de menores y salió de su vida. Un mes después de aquél momento, llegó la denuncia de ella. “Ha dicho muchas barbaridades y no les encuentro explicación. Se lo ha inventado todo”, concluyó.

Su excompañero de piso cuando ambos residían en la calle Urbina, negó que la relación entre ambos fuera tormentosa y aseguró que nunca vio malos modos, ni agresiones, ni insultos entre ellos. Eso sí, explicó que cuando la pareja se enteró de que él manejaba una gran suma de dinero -se colaron en su habitación y espiaron su cartilla de ahorros-, el exnovio le propinó una primera paliza cuando se negó a darle dinero para comprar droga y una segunda en una ocasión en la que consideró que la cocaína que le había llevado era mala. “Esto es una pesadilla para mí. Lo he perdido todo en estos últimos cuatro años por su culpa”, aseguró al referirse al principal acusado. “No sé porqué me denunció ella. Tal vez porque interpretó que en el mes en el que estuvo fuera (la menor estuvo de visita en casa de su hermana), él cayó en el abuso de las drogas”, indicó.

Finalmente, la joven declaró por videoconferencia desde Alemania. A consultas del fiscal, recordó que el principio de la convivencia con su ex pareja fue bueno, pero que poco a poco se tornó violento hasta el punto de definir su estancia en el dúplex de Urbina como “un caos de golpes, discusiones y chillidos”. Rememoró también el supuesto episodio vivido en Haro cuando “en varias ocasiones” él le encerró en un baúl mientras salía a comprar droga. “Colocaba unas pinzas para que entrara oxígeno y pudiera respirar. Luego ataba el baúl con un cable y, por último, colocaba un peso grande encima para que no pudiera abrirlo desde dentro. Aunque soy pequeña, apenas cabía dentro con las piernas dobladas. Gritaba y chillaba, pero nadie me oía”, afirmó.

Puerta abierta. El ex compañero de piso y segundo acusado, afirmó que la puerta del domicilio estaba siempre abierta y que cuando el ex novio salía a trabajar en el bar que regentaba, la denunciante podía entrar y salir de la casa libremente.

Balcón abierto. En referencia al episodio del baúl, supuestamente ocurrido en Haro, el principal acusado señaló que el balcón permanecía abierto todo el día porque criaban pájaros. Así, explicó que si ella hubiera gritado, los vecinos la habrían oído.