Uno de los mantras de la presente campaña en Euskadi, antes incluso de que echara a rodar la pelota en el campo de juego electoral, ha sido no confundir los planos: el 28 de mayo están en juego las cosas del comer, el ámbito más cercano al ciudadano, no el tira y afloja entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, la enésima pugna de Unidas Podemos y el PSOE en el seno del Gobierno español de coalición o la última astracanada con lenguaje cavernario de Isabel Díaz Ayuso. Lo interesante, inteligente incluso, es aprovechar la energía cinética de la apisonadora mediática centralista para darle la vuelta y hablar de cómo afectan las dinámicas de Moncloa y el Congreso a Euskadi.

El autogobierno es el elemento que delimita los ámbitos de actuación y, más aún, garantiza el bienestar, tal y como recordó ayer el lehendakari Iñigo Urkullu en un acto electoral del PNV en Arrasate. El tablero de juego está en modo pause después de que el Ejecutivo de Sánchez haya cumplido este mes dos años sin llevar a cabo transferencias del calendario acordado, después de la competencia de prisiones pactada en mayo de 2021. Muy al contrario, desde Madrid se han impulsado leyes que invaden competencias de la CAV como la Ley de Vivienda, y lo ha hecho además con el apoyo de EH Bildu, lo que Urkullu afeó de nuevo a los de Arnaldo Otegi.

Llamó a poner pie en pared frente a la “erosión silenciosa” del autogobierno que, según él, es inherente a Moncloa, gobierne quien gobierne. Y reprochó a la izquierda abertzale que en su día asegurara que iba a Madrid para “tumbar el régimen” y que ahora contribuya a afianzarlo en detrimento de las competencias propias de Euskadi.

En esta campaña se están definiendo por tanto dos formas de hacer entre aquel al que todas las encuestas dan como claro vencedor y el principal partido de la oposición. Pero mientras al PNV le favorecen en su travesía las olas de su experiencia en la gestión, EH Bildu tiene el lastre añadido de no haber completado su recorrido ético.

Algo que ha quedado de manifiesto, justo cuando se acaban de cumplir cinco años del fin de ETA, con la decisión de incluir en sus listas electorales a 44 por pertenencia a la banda, siete de ellos con delitos de sangre. El lehendakari fue contundente ayer al afirmar que, aunque estén amparados por la legalidad, deben asumir “sin victimismo” la crítica ética y política por esta decisión. Un paso además plenamente consciente, ya que, cuando le ha convenido en el pasado, la izquierda abertzale ha presentado listas electorales totalmente impolutas. Frente a ese blanco nuclear, ahora navegan en un proceloso “vacío ético”, frente al que Urkullu reivindicó el compromiso de su partido con la convivencia y los derechos humanos.

Casualidad o no, prácticamente a la misma hora compareció Arnaldo Otegi en un mitin también en Arrasate, donde reivindicó la defensa de “la patria” por encima del propio partido y apeló a la “dignidad” para justificar un cambio tras la cita con las urnas. Sobre la exigencia del cumplimiento de un listón ético, la autocrítica y el reconocimiento del daño causado, dijo que se trata del argumentario de “la ultraderecha”, unas formas llegadas desde Madrid que a su juicio degradan, precisamente, la convivencia.

También rompió una lanza a favor del cambio la coalición Elkarrekin Podemos Ezker Anitza-IU Berdeak Equo Alianza Verde, de lo que puso como ejemplo la transformación que ha impulsado en Irun, Galdakao, Errenteria y Durango, donde forma parte del gobierno municipal, en materias como el empleo, medio ambiente o la accesibilidad.