Polonia es célebre por sus excentricidades, martirios y valentías, pero ninguna rareza se puede comparar a la del actual Gobierno, que ha declarado que Polonia y Filipinas tienen mucho en común : ¡ambas naciones son católicas!
Esa “comunidad cultural” con un país que está casi en las antípodas la descubrió el viceministro polaco de Trabajo, Estanislao Szved, en una entrevista periodística en la que trataba de explicar porque Polonia, un país de una dura línea xenófoba, está negociando con el Gobierno filipino un tratado para la inmigración laboral desde ese país a Polonia.
En realidad, la historia es un compendio de los problemas socio-económicos del mundo actual. Polonia, tradicionalmente una nación de emigrantes, vio cómo -tras el hundimiento de la URSS- más de 2 millones de los 38 millones de ciudadanos emigraban a naciones occidentales para ganar más y vivir mejor que en casa.
La situación cambió radicalmente a partir del ingreso de Polonia en la Unión Europea (2004) y el país es actualmente una de las naciones europeas de mayor desarrollo -el año pasado el PIB creció un 4,6%- y se encuentra con una fuerte demanda de mano de obra en sectores clave como la sanidad, informática e industrias de tecnología punta. La relativamente reciente entrada de cientos de miles de ucranianos, bielorrusos y moldavos no ha paliado el problema, así que el Gobierno del PiS (siglas polacas para Derecho y Justicia) ha entablado negociaciones con Manila para un acuerdo laboral. Desde el punto de vista de Varsovia, esto es tanto más apremiante cuanto que Polonia se encuentra en un claro proceso de envejecimiento demográfico.
Hasta aquí, la conducta del Gobierno polaco es lógica. Pero si se tiene en cuenta la actitud xenófoba, casi racista, adoptada ante la oleada migratoria afroasiática resulta por lo menos chocante. Y es que no solo ha cerrado el país a los fugitivos de esa parte del mundo (¡el año pasado solo obtuvieron asilo en Polonia 17 sirios!), sino que da por sentado que con los afroasiáticos -en especial, los musulmanes- entra en Europa Occidental el terrorismo, el crimen organizado y patologías exóticas.
La actitud es tanto más sorprendente si se tiene en cuenta que Polonia ha tenido una experiencia inmigratoria asiática muy positiva: en el decenio de los 70 entraron cerca de 20.000 vietnamitas como “trabajadores invitados” -un eufemismo usado por las naciones comunistas europeas para designar a los inmigrantes del Asia comunista- que acabaron quedándose e integrándose de forma muy satisfactoria en Polonia.
Pero, por lo visto, estas son historias de otros tiempos y otros emigrantes?