- En la cabeza triunfal e imperialista de Putin, Ucrania iba a caer en un par de semanas. Eso es también lo que temíamos los que, sin tener mucha idea de tácticas bélicas, intuíamos que la poderosa maquinaria de matar rusa se merendaría en un tris la resistencia del país invadido. Pero no ha sido así. Como nos empeñamos en subrayar en los medios con nuestra inveterada querencia por las efemérides, hoy la despiadada agresión cumple dos meses. En este tiempo y desde este lado del mundo, relativamente cómodo a pesar de los efectos económicos colaterales, hemos visto desfilar ante nuestras retinas las más horrendas de las imágenes. Primero fueron las huidas en masa y con lo puesto de la población asediada. Luego, la destrucción de infraestructuras en crescendo: un edificio, un puente, toda una calle, una barriada entera. En la misma secuencia, fuimos viendo cadáveres de uno en uno, de dos en dos, de tres en tres... hasta que empezaron a llegar por decenas, incluso por centenas o miles. Solo en la fosa localizada el viernes en Mariúpol se calcula que hay 9.000 cuerpos.

- Lo tremendo es que mientras se producía esa escalada del horror, que no ha tocado techo, iba descendiendo la impresión que nos causaba a los espectadores de la tragedia. No lo anoto para que nadie se sienta culpable. Estamos ante algo tan espeluznantemente humano como la capacidad de digestión de las mayores calamidades. Si le sumamos que vivimos en una época en que los hechos de la actualidad se consumen como si fueran pipas o doritos, encontramos el porqué del decreciente interés del personal respecto a la devastación de un país que tenemos a tiro de piedra y cuya castigada población tenía hasta hace nada una vida casi idéntica a la nuestra. Los cínicos, ya lo sé, vendrán con el comodín justificatorio al uso: hay otras injusticias, incluidas guerras, a las que aún les prestamos menos atención. Pues sí, pero si no entienden por qué esta nos incumbe especialmente, es que ni merece la pena gastar una neurona en explicarlo.

- Ocurre, y ahí no me chupo el dedo porque nos conocemos desde hace un rato, que los términos están invertidos. Buena parte de los que solo denuncian las tropelías lejanas o las cercanas del catálogo oficial lo que nos están diciendo es que las razzias de la soldadesca rusa en Ucrania les dan bastante igual. Eso, claro, si es que no les parecen medio bien. Justo al tiempo que conocíamos la fosa de la que les hablaba arriba, la flor y la nata de la progresía pedía paz. Bien respondió Margarita Robles: pues convenzan a Putin.