ay profecías que tienden a cumplirse a sí mismas. Aunque sea, a martillazos. Cuando se confirmó que, con más de cuarenta años de retraso, el Gobierno vasco asumiría la gestión de las prisiones de los tres territorios, la caverna montó en cólera. Sobreactuando tres huevas y pico, vendió la especie de que lo que vendría a continuación sería la puesta en libertad masiva de todos y cada uno de los presos de ETA. No se contaba, porque no convenía y porque descuajeringaba el argumento, que buena parte de los reclusos transferidos deberían haber sido liberados antes de la materialización de la competencia de acuerdo con la legislación penitenciaria vigente en España. Ocurría que, aparte de que ellos mismos, obligados por la doctrina numantina de sus dirigentes, se pasaron años sin mover un dedo para progresar de grado, las autoridades les aplicaron una política de excepción. Se cebaron con ellos como escarmiento.

Así que lo que ocurre ahora que la administración vasca es la que tiene que lidiar con el marrón es algo que cae por su propio peso. Por mucho que vocifere el ABC, por muy baja que sea la opinión que nos merezcan asesinos múltiples sin arrepentir o arrepentidos a medias, resulta que reúnen de largo los requisitos legales para acceder a los grados que implican la semilibertad. Punto pelota. Exactamente igual que ocurre con reclusos que no practicaron el terrorismo. Puede ser humanamente comprensible que nos revuelva las tripas y, desde luego, que las víctimas sientan un inmenso disgusto. Pero es lo que está establecido, y cuanto antes lo entendamos, antes seremos capaces de digerirlo.