- Desde el pasado martes, Cantabria ha dejado de exigir el pasaporte covid en la hostelería. Sus autoridades sanitarias alegan que no sirve de nada para frenar la transmisión de la variante ómicron en interiores. Y cuando se les tira un poco más de la lengua, añaden que, en realidad, su puesta en marcha solo ha sido un engorro para los responsables de los locales donde era obligatorio. La medida convertida en trámite ha hecho perder tiempo y dinero. Eso ya es hablar más claro. Versioneando a José Mota, si hay que imponer el certificado, se impone, pero imponerlo para nada es tontería. La siguiente en la lista puede ser Catalunya. La Conselleria de Salut reconoce que se lo está planteando. El argumento es prácticamente calcado a lo que hemos leído arriba. Se supone que el salvoconducto se pensó para la variante delta y no se está demostrando muy efectivo frente a la ómicron. En resumen, que se da por amortizado.

- Aunque las consejeras de Salud de Nafarroa y la CAV siguen asegurando que el pase es útil, empieza a parecer que se está creando el contexto para justificar la retirada de la exigencia del traído y llevado documento. Puede parecer una cuestión menor, pero hacerlo sería conceder una victoria al negacionismo rampante y a sus terminales políticas. Ayer mismo vimos cómo en la inauguración de Fitur, dirigentes de Vox presentaron justificantes de PCR negativas para evitar mostrar el certificado que, según su argumentario apocalíptico, es un instrumento de control social. Imaginen las risas de los abascálidos y los visionarios antivacunas al comprobar que, de alguna manera, se reconoce que tenían razón en su resistencia.

- El gran error, como tantas veces, ha sido de comunicación. En el momento en que se implantó, no hace ni dos meses, se vendió la idea de que era el arma indispensable y definitiva para frenar al virus. Se le atribuyeron cualidades mágicas, cuando solo era una herramienta más. Servía para limitar daños pero, sobre todo, para estimular la vacunación. Y ahí las cifras parecen indicar que ha sido eficaz. En los cuatro territorios del sur de Euskal Herria, 60.000 personas (sobre todo, jóvenes, pero no solamente) que no habían querido vacunarse en primera instancia solicitaron el pinchazo. La idea de renunciar a ciertas actividades sociales fue más fuerte que los razonamientos científicos. Ya solo por eso ha merecido la pena. Así que quizá proceda no tener tanta prisa en mandar al cajón una medida que, sin ser la panacea, ha demostrado su utilidad.