- Esta vez no se puede decir que parece que fue ayer. En realidad, la impresión es que ocurrió hace muuuuucho tiempo, con una pandemia interminable y hasta la erupción de un volcán por medio. Pero acaban de cumplirse dos años desde que una amalgama de siglas sin precedentes hizo que Pedro Sánchez revalidara su condición de presidente del Gobierno de España. Bueno, es una forma de contarlo. Quizá sea más acertado decir que lo que propició la prolongación de la estancia del tipo en Moncloa fue la mezcla de miedo y repugnancia que provocaba la alternativa. Y lo cierto es que llegamos al ecuador de la legislatura sin que hayan cambiado un ápice las cosas. Si no fuera por el acojono y la náusea que infunde imaginar una mayoría de PP y Vox, hace rato que habríamos tenido urnas anticipadas y que saliera el sol por Antequera. No hay más explicación para que siga durando un Ejecutivo con dos socios que no dejan de hacerse cabronadas mutuas y que vive del sablazo continuado a una variopinta pléyade de grupos que lo consienten solo por el principio que aconseja quedarse con lo malo conocido.

- Oskar Matute, uno de los portavoces referenciales de EH Bildu, volvió a recordar anteayer que el Gobierno español necesita 176 diputados para sacar sus leyes adelante y solo tiene 154. Lo decía, concretamente, en referencia a los cuatro toquecitos a la reforma laboral de Rajoy, que no tienen asegurada su convalidación en el Congreso, por más que traigan por delante el acuerdo de CEOE, UGT y Comisiones Obreras. Esa votación será una estupenda piedra de toque para comprobar si de verdad se les ha agotado la paciencia a quienes hasta ahora le han consentido a Sánchez que pague a medias sus promesas o que directamente no las pague. Si nos vamos a las hemerotecas, comprobaremos que, además de ser un compromiso contemplado en el programa electoral, la derogación total de la reforma laboral fue el requisito para que Bildu y ERC se avinieran a apoyar los presupuestos para 2021.

- La promesa debió haberse satisfecho antes del fin de 2020. No solo no fue así, sino que doce meses más tarde (después de haber vuelto a chulear el apoyo a otros presupuestos, por cierto), la tal derogación se queda un leve cepillado que, según se ha sabido no desagrada a la firmante de la norma, la exministra Fátima Báñez. Es el perfecto ejemplo de cómo incumple Sánchez sus promesas. Y para más recochineo, se presenta ante los suyos bajo el lema Cumplimos. Quienes lo sostienen verán si tragan o rompen la baraja.