- A la hora en que tecleo estas líneas, el incansable muñidor de pactos gubernamentales y reparador de arañazos Félix Bolaños trataba de camelarse a Gabriel Rufián para que no cumpliera su amenaza de darle portazo a los presupuestos en el Senado después de haber visto el timo que le habían pegado con la Ley Audiovisual. Imagino que con más o con menos aspavientos, las gaitas se irán templando y todo se quedará, como hasta ahora, en amagar para no dar. Porque el portavoz de ERC en el Congreso se podrá poner todo lo farruco que quiera advirtiendo de que es mala cosa enfadar a su partido, pero hasta el que reparte las cocacolas en el hemiciclo sabe que no habrá bemoles a tumbarle las cuentas a Pedro Sánchez. Como ha venido ocurriendo desde la segunda investidura, Esquerra, igual que la decena de formaciones que siguen sosteniendo al tipo en Moncloa, tiene muy claro cuál sería la consecuencia de obligarle a convocar elecciones: el más que probable gobierno del PP con el apoyo de Vox desde dentro o desde fuera.

- Ese escenario diabólico que condena eternamente a la elección del mal menor es el gran salvoconducto del desprejuiciado y carente de principios presidente español. Ahí se la puede jugar siempre a todo o nada, en la certidumbre de que sus rivales de timba acabarán reculando cuando se aproximen al abismo. Y rizando el rizo, como hemos visto con cansina reiteración hasta ahora, se puede permitir el lujo de aceptar cualquier condición que se le plantee en una negociación. Simplemente porque se reserva el derecho a incumplir los compromisos que adquiere a la ligera. El PNV lo sabe de largo, y de hecho, ayer volvimos escuchar las quejas de la consejera Garamendi por la pachorra con que Madrid se toma el calendario de transferencias mil veces consensuado.

- También podemos preguntarle a EH Bildu por la reforma laboral que iba a ser derogada hace un año. O a la propia ERC por las mesas de diálogo con y sobre Catalunya, que hasta ahora solo han dado como fruto un par de fotos. Bien es cierto que en los dos últimos cambiazos, los de la imposibilidad de sortear la ley de amnistía o la de imponer a las plataformas una cuota de producción en catalán, el engaño se ha descubierto en apenas 48 horas desde la adquisición del compromiso. Así que, incluso si en las reuniones para tratar de reconducir la situación, Bolaños ofreciera cualquier contrapartida maravillosa a los soberanistas catalanes, sería harto dudoso que fuera a satisfacerse nunca. Es lo que hay.