- El madrileño recinto ferial de Ifema acogió el pasado fin de semana una suerte de parada de los monstruos ebrios de rojigualdina. Vox presentaba un cagarro llamado Agenda España que se anunciaba como enmienda a la totalidad a la Agenda 2030 de la ONU. Una excusa más bien regular. La cosa no iba contra las Naciones Unidas. Ni siquiera contra los social-comunistas-separatistas-bildu-etarras que gobiernan España. En la diana estaba el enemigo de camada diestra Pablo Casado. Para el coleccionista de másteres de pega fueron las mayores bofetadas del predicador Abascal —uno de los menos talentosos del Valle de Aiala, convertido en Caudillo; vivir para ver— y también su tremendo vaticinio a medio camino entre Nostradamus y Aramís Fuster: "No llegará a ningún gobierno".

- Ese mal augurio se le ha clavado en la glotis a la prensa de orden, que, como he escrito en otro espacio, glosó el akelarre fachuzo entre el gustirrinín y los escalofríos. Por un lado, no se disimulaba la satisfacción por ver a un tipo cantar a todo volumen las verdades del barquero a tanto progre desorejado. Por otro, las matemáticas no salen. No hay encuesta, ni siquiera las cocinadas por gabinetes demoscópicos afines, que baje de la cincuentena los escaños abascálidos. Las hay, incluso, que apuntan más alto. Con el mejor resultado del PP, para desalojar a Pedro Sánchez habría que sumar con la formación que no deja de radicalizar sus discursos y de pulverizar sus propias autoparodias. Tal vez se lo perdieron, pero el sarao del sábado y el domingo incluyó una especie de festival de coros y danzas como los que organizaba el bajito de Ferrol, con un dantzari (danchari) bailando un aurresku (aurrescu) ante el líder y con el exjefe de la policía municipal de Iruña, Simón Santamaría, ataviado de sanferminero en representación de la Navarra foral y española. Se lo juro.

- Más allá del folclore regional con aroma a naftalina, el festejo contó con la flor y nata de la extrema derecha europea, excluyendo a Marine Le Pen, hoy en horas bajas. Toda una declaración de principios y una prueba de la vocación de Vox de no dejarse ganar en la batalla cavernaria. Si el pasado domingo en Valencia Casado hizo un derroche de caspa ideológica para atraerse a los votantes más cerriles, Abascal ha añadido dos docenas de huevos duros. La gran paradoja es que esta competición por ver quién es más retrógado es la mejor salvaguarda del gobierno que las dos fuerzas ultradiestras aspiran a derrocar.. A alguien le ha salido bien la arriesgada jugada.