- Sea cual sea el resultado de las elecciones alemanas del próximo domingo, que se presentan muy inciertas, ya sabemos que marcarán el final de una época. Comprendo la pomposidad de la frase, pero en este caso va más allá del tópico. Para bien, para mal o para regular, la inminente renovación del Bundestag implica el final del camino político de Angela Merkel tras 16 años como canciller de la República Federal. Como recordaba ayer mismo el profesor Andoni Pérez Ayala, a lo largo de estos tres lustros largos, Francia ha conocido cuatro presidentes de la República (¡y ocho primeros ministros!), en el Reino Unido se han sucedido cinco premiers, Italia ha tenido ocho presidentes del consejo de ministros y en España ha habido tres presidentes de Gobierno. Si miramos más cerca, veremos cuatro cambios en la presidencia de Nafarroa (Sanz, Barcina, Barkos y Chivite) y el paso de tres lehendakaris en Ajuria Enea (Ibarretxe, López y Urkullu). La comparativa es apabullante.

- La longevidad acreditada en el cargo contrasta, además, con los vaticinios iniciales. En sus primeros años al frente de la CDU, con el partido aún en la oposición, los perfiles la pintaban de color gris. Incluso cuando le ganó los comicios de 2005 al socialdemócrata Gerhard Schröder, nadie esperaba que su figura se agigantara del modo que lo ha hecho desde entonces tanto en Alemania, como en la Unión Europea como en la política a escala planetaria. La tenida poco menos que como sumisa recadera de Helmut Kohl ha acabado siendo una estadista de primer orden en el mundo. Nadie se atreve a toserle en las grandes cumbres. A Putin y a Trump ya les ha puesto alguna vez en su sitio.

- Como tampoco es propósito de estas líneas hacer otra semblanza más de las miles que nos están lloviendo estos días, apunto ya lo que de verdad me fascina del personaje, que es su capacidad para romper clichés. Muchos de los que la tuvimos durante años como paradigma del conservadurismo más duro y antipático, incluso insolidario, hemos ido cambiando de opinión. Sus posturas no dogmáticas respecto a la energía nuclear, su actuación abierta en políticas de inmigración y refugio (seguro que mejorable, de acuerdo) y, sobre todo, su negativa rotunda a dar oxígeno a la ultraderecha ni en su país ni en Europa nos ofrecen el retrato de una mujer que no cabe en el estereotipo de la derecha casposa que conocemos por estos lares. Por lo demás, o mucho me equivoco, o no le aguarda una puerta giratoria.