- El martes en la edición digital y ayer en la de papel, los diarios del Grupo Noticias informaron de la denuncia de un joven de Gasteiz que el pasado sábado fue víctima de una agresión homófoba, la enésima en la capital alavesa. Según su testimonio, al salir de un bar de Fueros, le gritaron “¡Oye, puto maricón mierda!” -ya ven que es el insulto al uso- y cuando se giró para ver qué pasaba, recibió un puñetazo en la cara. Durante muchas horas, fuimos los únicos medios que difundíamos la noticia. Puede que se me escape alguna cabecera, pero hice una batida minuciosa y, para mi sorpresa, no había ni rastro. A cambio, sí aparecían todos los detalles del ahora sabemos que falso ataque que sufrió otro joven en Madrid, con sus correspondientes reacciones, incluido el anuncio del Gobierno español de convocar para mañana la Comisión contra los delitos de odio.

- ¿A dónde quiero llegar? Probablemente haya sido, sin más, un despiste provocado por la escualidez de las redacciones. Sin embargo, y puesto que no es la primera vez, me cabe la duda de si no se estarán haciendo una especie de clasificación de las agresiones de acuerdo a la violencia empleada, al escenario o (y aquí sí que estoy seguro de que se discrimina) del motivo de la paliza. Ahí les dejo un asunto para la reflexión, y les añado otro más que tomo prestado al escritor Pedro Ugarte. El autor bilbaíno anotaba en Twitter: “Me asombra que, en el debate social sobre los delitos que más indignación despiertan, ni la identidad ni la detención ni el enjuiciamiento de los criminales importan demasiado”. Es una afirmación que solo queda desmentida por un puñado de casos excepcionales, como el de La Manada o, más recientemente, los siniestros Hermanos Koala que dejaron al borde de la muerte al joven Alex en Amorebieta. La norma general es la que señala Ugarte y la que sirve para que la extrema derecha más vomitiva se dé los festines que se da.

- Mi respuesta a la consideración de Pedro fue cínica, pero contiene la esencia de mi pensamiento real: “Lo importante es tuitear la indignación. Lo otro, accesorio”. Evidentemente, la segunda frase es un exceso. Táchenla y denle una vuelta a la primera parte, donde pretendo decir, como tantas otras veces, que somos (unos más que otros) consumados maestros de las frases, los comunicados y las concentraciones de repulsa, pero también unos ineptos absolutos a la hora de eliminar las conductas que tanta indignación de boquilla nos inspiran. Quizá haga falta algo más que indignarse.