- Con Fidel, con Raúl y ahora con Díaz-Canel hay cosas que no cambian. Por alguna razón prodigiosa, Cuba sigue siendo la gran fantasía intocable de prácticamente toda la izquierda y fetiche para la manipulación grosera de la inmensa mayoría de la derecha, y no digamos de la ultraderecha. En tierra de nadie quedamos los peores, los de ni tanto ni tan calvo, los tibios desencantados desde hace décadas que también abominamos de los que quieren volver a convertir la isla en burdel y casino. A estos últimos no me cuesta sacarles el dedo y mandarles a esparragar. A los talibanes de enfrente, lo mismo. Me es más difícil pedir a muchas personas que aprecio que traten de mirar los hechos con el mismo espíritu crítico con que analizan otros fenómenos y otras realidades.

- Si fueran media gota sinceros consigo mismos serían capaces de admitir que las imágenes que nos llegan, por muy sesgadas que estén, muestran una brutal represión equiparable a cualquiera de las que denunciamos. Estamos hablando de incontables detenidos, desaparecidos y, como escribía ayer Carlos Manuel Álvarez (que no es ni Zoe Valdés, ni siquiera Yoani Sánchez) en El País, “incluso baleados”. ¿Cabe tachar a todas esas mareas sin un peso en el bolsillo de mercenarios de la contrarrevolución? ¿Cómo se puede justificar ciegamente a unas autoridades que practican semejante opresión al tiempo que llaman a sus fieles a participar en una suerte de guerra civil o bloquean el acceso a internet? Eso, sin dejar de señalar que ni con una magnanimidad estratosférica cabe considerar mínimamente democrático un régimen de partido único y control absoluto de los medios de comunicación. Si es tan fácil apreciarlo en Bolsonaro u Orban, que pasan por las urnas, ¿por qué no en este caso?

- Cierto. Está el inmisericorde e ilegal bloqueo que padece Cuba desde casi el principio de los tiempos. No hay que cansarse de denunciarlo en sí mismo ni de exigir a los gobiernos que se dicen democráticos que actúen con mayor contundencia para conseguir que de verdad pase a la Historia. Pero acogerse al comodín y negarse a reconocer que lo que está ocurriendo en estas horas terribles es igual de grave y condenable que, por poner un ejemplo reciente, la represión de Iván Duque a los colombianos que protestaban por su reforma fiscal, es situarse voluntariamente fuera de la realidad. Y, en palabras del arriba citado Álvarez, fuera del corazón de miles de cubanos que necesitan pan y libertad. Además de ponérselo muy fácil a los que están al acecho en Miami.