DEL relevo en Podemos llama la atención casi más el cómo que el qué. Y no hablo exactamente de los nombres ni del modo en que se han escogido, sino de la sordina aplicada al momento final del proceso. Se puede decir que coincidía con Colón, pero también lo hacía con las primarias en el PSOE andaluz, que sin ser una filfa, objetivamente era un acontecimiento informativo de menor relieve que Vistalegre IV. Cabe atribuirlo a una cierta desidia de quienes deciden la agenda de actualidad o, siendo peor pensado, al intento de dar por amortizado al partido morado. Por alguna razón, que no digo yo que esté falta de lógica, se está instalando la idea de que sin el hiperliderazgo casi mesiánico de Pablo Iglesias, la formación está condenada a una agonía similar a la que acabó con la UPyD de Rosa de Sodupe o, por buscar un ejemplo más cercano y literalmente sangrante, con la impúdica descomposición de Ciudadanos a la vista de todo el mundo. Creo, sin embargo, que en el caso que nos ocupa, la resistencia a irse por el desagüe político puede ser mayor. Seguramente, en un plazo corto Podemos no revalidará los espectaculares resultados electorales que ha acreditado. Los votantes entusiastas de la novedad volverán a la abstención, al PSOE o, en el caso de Euskal Herria, a EH Bildu. Pero intuyo que muchos quieren seguir apostando por una fuerza que para ellos no es de sustitución sino la que entienden que les representa. El reto de la nueva dirección bicéfala es responder a esa demanda y demostrar con hechos que se merece la confianza de esa base real. Si no lo consigue, quedará un tripartidismo con dos derechas dispuestas siempre a sumar.