vitoria. Dos monstruos juntos es la nueva criatura literaria que ha colocado en el mercado. Narra la vida de una pareja que vive la bonanza económica, que nada se le resiste, un mundo que tiene mucho que ver con la realidad actual.
¿Cree que en estos dos monstruos nos reconocemos?
No creo que nadie esté dispuesto a reconocerse. Si antes le hubiéramos dicho al banco: No nos creemos que nos estén reglando la hipoteca, algo tiene que estar mal. Si hubiéramos dicho eso, posiblemente no se habría producido esta debacle. Venimos de una fiesta tan prolongada... Primero, en una fiesta no tienes que ser el último en irte y, segundo, una fiesta no te la chafa cualquiera, colaboras tú también.
¿Se reconoce usted en alguno de estos dos monstruos?
Es una novela que tiene mucho de crónica. En una crónica uno no puede separarse y más en una crónica social. Menos una persona como yo que va a tantas fiestas, cómo no voy a estar yo en una fiesta como esta.
¿El final de esta fiesta le ha pillado con hipoteca?
Ya la había pagado. Tengo una educación latinoamericana. Y tengo un máster en deuda, por lo menos en deuda exterior, fue la que nos acosó a nosotros, los venezolanos, en los años 80. Yo salí huyendo de ella. Diecinueve años después me encuentro con lo mismo, pero con la lección aprendida.
¿Nos hemos pasado?
Piénsalo, ¿qué necesidad había de que todas las empresas cotizaran en bolsa? ¿Era tan vital? Estábamos manejando una rueda de deuda en la que nosotros estábamos participando. Ha habido una excesiva confianza en el dinero.
¿Se ha vuelto moralista?
No, no es mi intención...
¿Un libro con moraleja?
No, no tiene moraleja, lo que tiene son lectores. Sobre todo, tiene un criterio muy interesante. Antes, unos personajes como Alfredo y Patricia te habrían provocado antipatía. Ahora piensas, me encantaría ser como ellos. Son unos supervivientes con todas las papeletas para que tú no les quieras y se hacen querer, son los nuevos héroes.
Esta sociedad se ha visto reflejado en una televisión que crea monstruos.
Es posible, y es posible que yo también esté embarcado dentro de esa galería...
No iba por usted.
Por qué no iba a pensarlo así. Yo también he hecho una carrera muy sólida en ese aspecto. La televisión es la que te escoge y es la que te da la patada en el culo. No escoges tú a la televisión, ni escoges el momento en el que te vas...
Usted sigue estando en televisión.
Sí. Yo pensaba que la patada en el culo ya me la habían dado. De repente, me vuelven a llamar y me recogen. Ahora estoy en el mismo disparadero, no me asusta. La cultura de la celebridad forma parte de este tiempo. ¿Qué pudo pasar para que diéramos importancia a enormes plataformas, a los bolsos, al aspecto exterior o a la vida de los demás? Creo que la cultura de la celebridad está totalmente ligada al 2000 y a esos diez años de euforia bursátil. Ahora ya no debe contar tanto. Estamos en pleno proceso de adaptación.
¿Está crisis nos ha hecho cambiar el concepto glamour?
Sí, claro. Espero que sí. El glamour es tan perverso que tiene la capacidad de amoldarse siempre a todo.
¿Perverso el glamour?
Sí. Hace diez años pensábamos que el glamour, yo el primero, era un instrumento democrático.
Curioso razonamiento.
La teoría en un libro como Morir de glamour era que la elegancia era un poco más autócrata, se supone que naces con ella. Si no naces con ella no hay nada que hacer. El glamour lo puedes adquirir. Yo encontraba en ello que el glamour era democrático, pero ahora estoy en condiciones de asegurar que es perverso. Es tan irascible, es tan profundamente abstracto, le cabe todo y puede adaptarse a estos tiempos.
¿Cómo se ve, glamouroso o elegante?
Preferiría elegante, pero elegante es mi marido. Me siento estrafalario. Ser elegante te encarcela, ser glamouroso te pone en un territorio muy ambiguo y no lo soy. Estrafalario es ese error agradecido.
¿Cómo ve el glamour de Belén Esteban?
Es un glamour televisivo, una adaptación.
¿Es un monstruo televisivo?
Bueno, hay que reconocer que tiene un magnífico engranaje para hacer ver el mismo programa todos los días.
¿Se ha arrepentido alguna vez de la televisión que hizo un día?
Me he arrepentido de la televisión que he hecho sabiendo que no era televisión. Con eso me refiero a ese par de programas en los que yo estaba tan absolutamente aislado, sin ningún tipo de referencias reales. Es muy difícil entender la televisión, me parece una discusión errática. Funciono mejor haciendo televisión que reflexionando sobre la televisión.
¿Qué le gusta de Bilbao en particular y de Euskadi en general?
Me encantan los hombres de esta ciudad. Son tan próximos, están tan atormentados con esa historia de que no ligan.
Es un tópico vasco.
Ya, pero ellos se lo creen. Creo que se esconden en negar la realidad. Creo que sí ligan.
¿Hay alguna cosa más que le guste?
Yo vivía en Santiago de Compostela y salí de allí con lluvia y aterricé aquí con lluvia. Me pareció brutal el clima, pero Rubén, mi marido que es de Vigo, me ha enseñado a adorar este clima. Como buen caraqueño siempre he mirado hacia el norte. Nos plantamos ante la vida viendo siempre el norte, no tenemos capacidad de sur.
¿Es de los que se va antes de que la fiesta termine?
Siempre. Es una cosa que me enseñó mi mamá cuando era muy niño. Ella es abstemia, es una señora que tiene mucho de lo social, aunque no es muy social. Ella me decía: Lo mejor de las fiestas es saber cuándo hay que irse. Siempre sentía que nos íbamos en lo mejor.
¿Sirve el consejo para la vida en general?
No, es un gran error, te pierdes de enfrentarte a la realidad.
¿Se enfrenta a la realidad?
Me he tenido que enfrentar a ella. He tenido bofetadas brutales en el terreno sentimental, en cosas que he hecho que luego me he dado cuenta que no tenía que haberlas hecho, en fracasos, en momentos de éxitos... Siempre estoy en una situación en la que tengo que partir de cero. Puedes irte de una fiesta, pero no debes huir de la realidad.