Vitoria. El quinto cumpleaños de uno de los programas insignias de Cuatro, Callejeros, llega con una celebración muy especial. El equipo de reporteros ha conseguido adentrarse tras los barrotes de una cárcel para mostrar cómo es el día a día de los reclusos. Callejeros se ha convertido en sus cinco años de andadura en un referente y creador de un formato que ha tenido continuidad en otros espacios de otras cadenas.

Esta onomástica tendrá una celebración muy deseada por los responsables del programa: entrar en la cárcel de León, retratando sin restricciones el día a día de un centro penitenciario. Los reporteros Beatriz Díaz, Juan Antonio C. Arias y José Martínez convivieron durante un verano entero, con los presos del Centro Penitenciario de León, para grabar el reportaje de 80 minutos, Callejeros. Cárcel. La película. Este programa se emite el viernes a las 22.40 horas.

Cada día 20 personas entran en prisión. Prisiones que se alzan a las afueras de pueblos y ciudades para conseguir que su población sea prácticamente invisible. Los reclusos viven en celdas de apenas 10 metros cuadrados. Pensadas para una persona, las ocupan dos. Aquí se pasan encerrados más de 14 horas de las 24 que tiene un día.

En el reportaje, los presos tienen nombres y apellidos y relatan sus miedos, sus dudas, sus problemas por estar encerrados. "Tener que desnudarse delante de un desconocido, hacerlo todo. Es muy feo", asegura un pizzero italiano que espera el cambio en el Código Penal para cumplir su condena en su país. En la cárcel se aviva el instinto y hay que saber unas cuantas cosas. De drogas, casi todo. Que se paga con tarjetas de teléfono a cinco euros, que también se puede hacer alcohol a base de destilar fruta sin que te vea el funcionario, que los martes es un día muy malo en prisión porque todo el mundo debe dinero a todo el mundo...

La radiografía que presenta este especial se completa con las vivencias de los familiares de los presos: cómo viven la situación de sus allegados. Centenares de familiares abarrotan las puertas de las prisiones para comunicar con sus presos. Andando, en taxi, en coche o tras largas horas esperando autobuses de línea casi inexistentes. Merece la pena para los 40 minutos semanales de comunicación entre cristales de un locutorio. O para dos horas y media de vis a vis familiares en las que se llegan a tocar por primera vez a los recién nacidos.