La propia palabra indica el lugar donde se encuentra: al pie del monte. El Piamonte ocupa un extenso y precioso valle situado en la parte sur de los Alpes, por donde discurre el río más crucigramero, el Po. Turín, la capital, es uno de los polos industriales más importantes de Italia. Sobresale su industria automovilística, por ser la cuna del magnate Battista Farina. Fundó Carrozzeria Pinin Farina, donde se fabricaron legendarios modelos, algunos de los cuales aún se pavonean por el centro de la city. También nacieron aquí las factorías de Fiat y Lancia.

“¡Cómo se nota que aquí hay varilla!”, es la primera frase que me ha venido a la cabeza cuando descubro el centro de Turín. La solía decir un amigo cuando estaba ante una muestra visible de poderío económico. En este caso no hace falta que te lo indiquen ni que te enfrasques en la historia para darte cuenta de que los palacios e iglesias que te rodean, a cuál más monumental, hablan sin palabras de un pasado glorioso.

La plaza Carlo Emanuele II es el lugar ideal para tomarte un delicioso café italiano y ponerte al día con los titulares de prensa. A partir de ese momento, los comentarios oportunos saboreando poco a poco el contenido de la taza. La varilla a la que antes me refería se manifiesta a través de la obra que dejó durante siglos la familia real italiana Saboya en su afán por hacer de la ciudad un lugar de culto en todos los sentidos.

La cúpula de la catedral.

Los Saboya construyeron palacios que aún se yerguen con el orgullo de sus mejores tiempos, en los que constructores como Filippo Juvarra tuvieron numerosos encargos. El Palazzo Madama, llamado así en honor de las reinas que lo habitaron, por ejemplo, es una de las joyas arquitectónicas más admiradas. A destacar las enormes ventanas de su fachada barroca, la escalera y el Gran Salón. Su primera planta alberga el Museo Cívico del Arte.

A dos manzanas de donde me encuentro está la Mole Antonelliana, el monumento más característico de la ciudad. Recibe este nombre en honor de Alessandro Antonelli, un famoso constructor italiano que en el siglo XIX invirtió la friolera de 34 años en dejar lista esta torre de 167 metros de altura.

Merece la pena subir a la cima, porque las vistas que se obtienen desde arriba son únicas. Si el interesado no padece reuma y se siente muy en forma puede subir andando, pero si como yo elige la comodidad, mejor tomar el ascensor. Ya en la cumbre se dará cuenta de que forma parte de la referencia local por antonomasia. Por cierto, la planta del magnífico mirador fue antaño sinagoga, y el edificio alberga en la actualidad el Museo Nacional de Cine. Deténgase en él, que siempre hay exposiciones dignas de verse.

El Museo del Risorgimento habla de la independencia de Italia.

El mejor vermouth

A la hora del aperitivo no deje de degustar el mejor vermouth del mundo; no en vano nació aquí. Todo comenzó en 1786, cuando un tal Antonio Benedetto mezcló moscatel con determinadas hierbas del Piamonte, obteniendo como resultado una bebida a la que bautizó como vermouth. Su fama se extendió rápidamente por todo el mundo. El Martini, por decir una marca, se creó en 1863.

Da igual una marca que otra, porque todas le resultarán familiares, pero el lugar… ¡tomar un vermouth al pie de la Antonelliana de Turín es todo un lujo! Aunque sea un marianito. Saboréelo mientras observa la torre, con su atrevida cúpula y su remate final tan puntiagudo, y las artísticas fachadas de los palacios saboyanos que son motivo de tantas bromas locales.

“Turín siempre sigue esa dirección: Hacia arriba. ¡Y eso que soy de Milán!”, me dice el camarero que espera inútilmente que le entre por la vena de la rivalidad, incluso deportiva, que existe entre las dos capitales.

Me parece innecesario señalar que la cocina italiana es exquisita, sobre todo en el terreno de la pasta, por lo que no hay peligro de que una gastronomía regular le reviente el viaje. No es el caso. La polenta (sémola de maíz) -la de Aosta es deliciosa- se suele utilizar frecuentemente en sustitución del pan, y a veces se usa como canapé para carnes asadas o en salsa.

El arroz, que se cultiva en toda la cuenca del Po, ofrece un sinfín de variaciones al combinarlo con sepia, mariscos, alcachofas, setas, etc. Mi último descubrimiento culinario turinés ha sido el vitello tonnato en base a carne vacuna, atún y alcaparras. Oiga, una delicia.

Si tiene que hacer regalos de pequeño alcance no se olvide de los marrons glacés ni de unos caramelos típicos de la ciudad llamados diablottini. También tiene los grissini, unos panecillos crujientes que le encantaban a Napoleón. Nunca faltaban estos palitos de Turín en su mesa imperial.

El Piamonte es un país montañoso y de aguas vivas, de praderas y bosques. La proximidad de los Alpes le proporciona un atractivo tan singular que en todas las encuestas nunca baja del tercer puesto en la escala de ciudades favoritas de los propios italianos, a pesar de la industria. “¿Qué importa eso, si hemos tenido a los Saboya?”, dicen en el Carpe Diem, de la Vía Po, mientras compro unas bolsitas de los acreditadísimos marrons glacés de la vecina Chiusa di Pesio, que vienen muy bien para regalar.

La Universidad de Turín.

Y tienen razón quienes así opinan porque desde el año 1000 y a lo largo de los siglos, la casa de Saboya, formada por condes, duques y reyes, entre guerra y guerra, supo dar clase a esta ciudad no solo levantando palacios, sino también preocupándose por la cultura como base para el enriquecimiento personal de sus habitantes. Esa clase es la que hoy se aprecia y quiere.

Un ejemplo lo tengo en la Universidad de Turín, creada en 1404 por el primer duque de Saboya y que luego reformó Victor Amadeo II, colocándola en uno de los primeros lugares de la enseñanza europea. Saquen tiempo de donde puedan y visiten el Museo de Antropología Criminal de esta universidad, en la que son doctores honorarios Umberto Eco, Vargas Llosa, Riccardo Muti, Juan José Millás y Pierre Boulez, entre otros. Me lo agradecerán. El contenido no puede ser más curioso.

En la década de los años 1930 surgieron en esta universidad unas células antifascistas muy activas que no aceptaron la doctrina de Mussolini. Las posturas encontradas fueron la pesadilla del dictador, ya que apenas si pudo con ellas.

Todos coinciden en que no se puede decir que se conoce Turín sin haber visto el Museo Egipcio, la Sábana Santa y el estadio de la Juventus. Aviso al caminante: como el trazado es de calles rectas que se cortan también en ángulo recto y abundan las arcadas, resulta bastante cómodo el paseo, la mejor forma de conocer una ciudad y a sus ciudadanos. Aproveche para sacarse unas fotos en la pasarela de Umberto I, sobre el río Po. Es uno de los lugares más románticos. Decorado con esculturas clásicas, el Parque Valentino…

Es curioso que el museo egipcio más antiguo del mundo en su especialidad de todos cuantos hay alejados del Nilo se encuentre en Turín. Se empezó a coleccionar material allá por 1824, cuando se consiguió la primera pieza, una estatua de Amenhotep I, uno de los faraones más queridos, al que se momificó con su cerebro y con los brazos cruzados sobre el pecho. A partir de ese momento la colección fue creciendo hasta conseguirse no solo el riquísimo conjunto de piezas que posee, sino también una biblioteca de obligada referencia en cuando a Egipto y su historia se refiere. Aquí se guardan todos los apuntes que hicieron los investigadores Schiaparelli y Farina.

La Sábana Santa

Toda la grandeza de Egipto contenida en un museo que ocupa el Palazzo dell’Accademia delle Scienze, una construcción del siglo XVII realizada por Guarino Guarini, un sacerdote y arquitecto de gran vinculación con la familia Saboya, que es tanto como decir con Turín. Guarini fue también el artífice de la Capella della Santa Sindone, el añadido que se hizo en 1694 a la catedral para mostrar en ella el Santo Sudario de Cristo, la reliquia religiosa por la que es internacionalmente conocida la ciudad.

En torno a este telar existen numerosas leyendas. Algunas hacen referencia al carácter milagroso que se le atribuyó cuando el 12 de abril de 1997 se produjo un violento incendio en el templo. Crea una historia, crea otra, o no crea, el lugar bien merece una visita, sobre todo si ha leído la soberbia obra de Julia Navarro La hermandad de la Sábana Santa.

Hablando de Guarini: una de sus obras más destacadas es el Palazzo Carigano. Barroco piamontés puro y antigua sede del Parlamento italiano. Es más, aquí se decidió que Roma debía ser la capital de la nación. Pero hay muchos visitantes que dejan constancia de su estancia en el lugar porque aquí se encuentra el Museo Nazionale del Risorgimento, dedicado al movimiento independentista italiano y firman en el libro de visitas. No deje de ver aquí el retrato de Giuseppe Garibaldi, pionero de la unificación italiana.

EUROVISIÓN

EUROVISIÓN

Pueden imaginarse lo subidos que están en la capital del Piamonte con la organización de la próxima edición del Festival de Eurovisión en la que Chanel representará a TVE (si no se tuerce la cosa después de la polémica que acompaña a su elección desde el minuto uno). Los planes para atender a los visitantes ya están a punto, con el permiso de la pandemia. El evento televisivo viene muy bien a la hostelería de la zona, pero también a centros culturales que se aprestan a ofrecer atractivos programas para aprovechar el tirón turístico. Ignoro quién ganará el concurso, pero el visitante seguro que sí.