Si un entusiasta de los faros decidiese lanzarse al mundo y visitar un faro cada día, tardaría 55 años en acabar el viaje. Durante siglos, estas señales luminosas que guían a los marinos han conquistado acantilados, arrecifes y canales para marcar rutas seguras a los hombres de la mar.

Pero no solo son buscados por embarcaciones que buscan llegar a puerto. Muchos faros se han convertido en atractivos destinos e hitos de excursiones y recorridos por la costa que muchos viajeros llevan a cabo. Un entorno singular, un edificio atractivo o una ruta particularmente interesante hacen que una visita a un faro nunca defraude.

La costa cantábrica es una de las zonas marítimas más peligrosas para la navegación, especialmente cuando se desatan los temporales del noroeste y arrastran embarcaciones hacia peligrosos arrecifes y acantilados. Así, desde los primeros planes de ayuda a la navegación de mediados del siglo XIX, entre cabo Ortegal al oeste y cabo de Higer en el este se han levantado numerosos faros y balizas.

Entre los que se yerguen sobre el cantábrico oriental estos son los 10 más señalados que protegen las costas de Gipuzkoa, Bizkaia y parte de Cantabria.

Faro del cabo de Higer (Hondarribia)

El faro de Higer se levanta en la desembocadura del río Bidasoa, en la localidad guipuzcoana de Hondarribia. Es el primero por el este de la costa del Cantábrico. De innegable estilo afrancesado, su linterna aeromarítima roja se sustenta en una sección octogonal superpuesta a otra cuadrangular, ambas de color blanco y con sillares en las esquinas. Los 21 metros de altura de la torre, que se apoya en la antigua vivienda de farero, se suman a los 44 del acantilado, lo que le da una altura focal sobre el mar de 65 metros. Las vistas sobre la costa francesa llegan casi hasta Capbreton y sobre la vasca, en días muy claros, hasta Ondarroa y Lekeitio.

Faro de La Plata (Pasai San Pedro)

En la bocana del fiordo que lleva hasta el puerto de Pasaia, incrustado en la fronda del farallón se ve el faro de La Plata, un edificio acastillado con sus torreones almenados que le dan una identidad arquitectónica propia muy diferente a la mayoría de esta costa. Pero desde el mar, sus colores blanco y gris destacan sobre el oscuro verde boscoso. La linterna nace del centro del castillo y está a una altura de 13 m sobre el terreno y a 153 metros sobre el mar. El acceso al recinto, como en la mayoría de los faros, está restrigido y la naturaleza del terreno dificulta rodearlo. Pero su ubicación en pleno centro del sendero costero que comunica Pasaia con San Sebastián lo hacen muy popular entre paseantes y peregrinos a Santiago que han optado por el Camino de la Costa. Llegar a este punto desde San Pedro tiene dos vías, una por la carretera de servicio al propio faro y otra que partes desde astilleros que bordean la estrecha rada que sale al Cantábrico y pasa por la baliza de Senekozuloa y ofrece un mirador para observar las embarcaciones y buques que entran y salen.

Faro de Igeldo (San Sebastián)

¿Quién no ha oído hablar del pequeño y vintage parque de atracciones que se eleva sobre San Sebastián en la cumbre del monte Igeldo? Para llegar a él, si se prescinde del funicular y se hace el ascenso en coche, a media ladera se encuentra el actual faro de Igeldo, de un blanco impoluto y una estructura pequeña pero sólida. Sus 13 metros de altura, 134 sobre el nivel del mar , sustituyeron en 1855 al antiguo, de finales del siglo XVIII y construido en la cumbre. Este sufrió graves daños durante las carlistadas. Esto se sumó a que su altura lo hacia quedar por encima de la niebla y las embarcaciones no podían orientarse, lo que suscitó fuertes quejas. El actual no está en el mejor lugar para pararse a admirarlo, pero con un poco de suerte para dejar el coche en un arcén que no moleste y otro poco de cuidado peatonal, se le pueden dedicar unos minutos. Para contemplar admirar el entorno, lo mejor es aparcar en la cumbre, donde el viejo.

Faro de la Atalaya Baja (Zumaia)

Sin ser de los arquitectónicamente más destacados, pocos faros emanan más orgullo que el de Zumaia. Levantado en lo alto de lo que en tiempos fue una isla pegada al famoso flysh que recorre toda la costa hasta Bizkaia y en el que se puede leer el pasado geológico del planeta, su torre octogonal blanca rematada con una linterna de cúpula azul eléctrico destaca sobre cualquier fondo y es prácticamente imposible quitarle la vista de encima. Los 12 metros de altura que luce se levantaron en 1882 sobre el punto en el que los pescadores, o mas exactamente los cazadores de ballenas, situaban un vigilante que escrutara el mar y avisara de la paso de los grandes cetáceos que arponeaban estos pueblos balleneros desde sus traineras. La linterna actual es de 1925, aunque se renovó en 1985.

Faro de Santa Katalina (Lekeitio)

Ya en el litoral vizcaíno, el lekeitiarra faro de Santa Katalina alumbra a los pescadores que salen al chicharro, al chipirón o a la cacea de cualquier especie que suministre a los restaurante y a las cocinas del pueblo. Prácticamente colgado sobre el acantilado a 29 metros sobre el nivel de mar, su abandonada casa del farero se ha reconvertido en un moderno centro de interpretación de la navegación. Los visitantes pueden conocer cuales son las técnicas que emplean y han empleado los marineros para llevar los barcos de un puerto a otro. Como en otros casos, la torre de mampostería gris y 13 metros de altura no se puede visitar, pero sí sus aledaños. Dicen que, mirando hacia levante, las noches de la Semana Grande donostiarra, desde este punto pueden verse los fuegos artificiales de San Sebastián. Esas mismas noches, lo que si es seguro que se ve son los guiños que desde poniente hace el faro de Matxitxako, más allá del cabo de Ogoño.

Faro de cabo Matxitxako (Bermeo)

Entre los aficionados a las puestas de sol corre la idea que las más bonitas se ven desde San Juan de Gaztelugatxe, pero dada la restricción de accesos tras la afamarse este rincón gracias a la serie Juego de Tronos, el cabo Matxitxako se ha convertido en su sustituto natural y los crepúsculos son los mismos. Unido esto al reciente arreglo y asfaltado de la carretera de acceso al faro han convertido este lugar en un nido de autocaravanas, que si bien no restan espectacularidad sí cortan un poco la mística del ocaso solar. Las instalaciones del faro fueron en tiempos una de las escuelas de fareros, faristas o torreros (tres apelativos para la misma profesión) y en la actualidad es la vivienda de la farera que cuida de esta y otras luces cercanas. La actual torre prismática de mampostería tiene 24 metros de altura y sostiene uno de los grupos ópticos más poderosos del norte, tres lentes Fresnel de 920 milímetros de distancia focal que le permiten proyectar la luz a 24 millas náuticas (casi 45 kilómetros). Unos metros más abajo, donde aparcan los visitantes, la vieja torre se ha convertido en radar de olas y sirena de niebla.

Faro de Gorliz (Gorliz)

Este es el faro más moderno de la costa cantábrica oriental. Levantado en 1992 en el cabo Billano, le rodean varios búnkers que en su momento albergaron baterías de costa destinadas a defender este litoral de posibles invasiones aliadas durante la Segunda Guerra Mundial. Todavía se conserva sobre el terreno una de esta piezas de artillería. Esta torre blanca de 21 metros exenta destaca sobre un paisaje natural típicamente costero que alberga la Granja Foral que se dedica a la mejora genética del ganado vacuno y equino local, así como el centro de recuperación de fauna silvestre. El camino que lleva hasta el faro es una senda para peatones o ciclistas que sale de Gorliz y llega hasta Armintza (o viceversa) y es de una cierta exigencia física.

Faro de Santa Ana (Castro Urdiales)

Ejemplo típico de aprovechamiento. El faro de Castro Urdiales, de 16 metros de altura, está ubicado en el interior del castillo de Santa Ana y aledaño a la espectacular iglesia de Santa María, único edificio que le hace competencia en el sky line local. Si el de La Plata simula un castillo, este lo es de verdad y se nota la diferencia. Siguiendo con las modas de los tiempos, la antigua vivienda del farero abandonada se quiso reconvertir en un local de hostelería para aprovechar las espectaculares vistas, pero el proyecto lleva parado bastante tiempo. Aprovechando la fechas de Semana Santa, se puede aprovechar para asistir a la pasión viviente que se representa en la localidad.

Faro de punta Pescador (Santoña)

Allí donde las faldas del monte Buciero dan paso a los acantilados que caen al mar se levanta el faro de punta Pescador. Y aguanta. Directamente sobre el mar y a pesar de estar a unos 30 metros sobre el nivel del mar, las olas que llegan empujadas por los temporales del noroeste no es extraño que rocíen el edificio, linterna incluida. Nada que envidiar al cercano de isla Mouro o a los famosos faros de roca bretones cuando las olas gigantes les pasan por encima. Para los que desde Santoña y mas exactamente desde la playa de Berria quieran llegar a este mirador deben recorrer a pie los casi 3 kilómetros de carretera de uso restringido que hay hasta la punta de Pescador. El paisaje merece la pena, aunque el faro queda oculto casi todo el camino. Este faro también es víctima de ese afán de convertir faros en hoteles y a los que la realidad ha dejado tirados. ¿Quién se alojaría en un edificio aislado y batido por el viento y las olas durante gran parte del año?

Faro de cabo de Ajo (Ajo)

Lo que era una torre blanca de 8 metros de altura aislada en un típico prado verde cántabro, perfectamente integrada en el paisaje se ha visto convertida por obra y gracia de visión turístico-comercial de los regidores autonómicos y locales en un lienzo del arte urbano más vanguardista de la mano del artista Okuda. Los vibrantes colores empleados en la intervención y el, para algunos violento, contraste con el entorno rural y natural soliviantó a muchos, que no dudaron en protestar con dureza. Pero también hubo numerosos muestra de apoyo a la iniciativa, que acabó llevándose a cabo. Y con notable éxito. Numerosos turistas y forasteros se acercan al faro y a Ajo para fotografiarse junto él. El radical cambio de aspecto que se aprecia desde tierra no lo es tanto desde el mar. La mitad que encara a la mar sigue siendo blanca y se le ha añadido un franja horizontal negra que lo distingue de otros cercanos.