En la historia del siglo pasado hay una década, la comprendida entre el final de la I Guerra Mundial y la Gran Depresión Mundial de 1929, que mereció denominación propia: 'los locos años 20'. Fue un tiempo de alegría desbordada, de falso bienestar y de una inflación tal que sumió a buena parte del mundo en la bancarrota más espectacular. Un siglo más tarde nos preguntamos el por qué de aquella locura. 2020 es un buen momento para hablar de todo ello.

Nunca supuso Luis XIV, el Rey Sol, que el palacio que se construyó en Versalles, en las afueras de París, iba a tener la trascendencia que tuvo mucho después de que la guillotina acabara con la monarquía en Francia. Aquel lujo volvió a servir a la Historia y no precisamente para que turistas de todo el mundo se asombraran de la obra, sino para firmar un tratado que pusiera punto final a la Gran Guerra. Más de medio centenar de países de todo el mundo se comprometieron a no volver a las trincheras y a mantener la paz. Aquella firma significó el punto de partida de una era que se caracterizó por una desaforada sensación de gozo. El ruido del descorche del champán hacía olvidar a la población de París que pocas semanas antes era el no lejano estallido de las bombas lo que les había hecho temblar.

Los rigores de la guerra se habían podido seguir por primera vez con la real crueldad que aportaban la fotografía y el cine. "¡Hay que vivir la paz a tope", se dijo entonces el mundo, y aquellas tremendas imágenes quedaron apartadas con rapidez inusitada. Nacía así la posguerra.

Hubo agoreros que pensaron que la presencia de la gripe española que azotaba a Europa era un mal presagio, porque aún no se sabía que, en realidad, el virus de la enfermedad no había surgido en la península, sino que lo habían traído los soldados norteamericanos cuando vinieron a combatir. La epidemia fue de tal magnitud que causó tantas víctimas entre las tropas en litigio como las balas. Se calcula que hubo unos cuarenta millones de muertos por esta causa.

Pero haciendo oídos sordos a la amenaza fatal de la enfermedad, los boulevares parisinos recobraron la alegría de la anteguerra. Grandes carteles anunciaban a Mistinguett en musicales como La Grande Revue, el suceso de la época en el que la cantante recuperaba el Vals Chaloupée con el que había triunfado en el Moulin Rouge en tiempos de paz. Todas las vedettes, con Rose Amy en cabeza, enardecían a sus clientelas con el fácil recurso de entonar La Madelon, para acabar siendo coreada en pie.

Maurice Chevalier estaba de escándalo en Paris qui jazz, un espectáculo sin precedentes del Casino en el que derretía a sus fans cuando cantaba aquello de No puedo vivir sin amor. Títulos y más títulos protagonizados por estrellas de nuevo cuño, como Lily Damita, a la que apadrinó el rey Alfonso XIII y luego marcharía a Hollywood para casarse con Errol Flynn. Son años aprovechados por Josephine Baker, las Dolly Sisters, Yvonne Vallée, Marie Dubas?

El Moulin Rouge competía con el Folies-Bergère, Palace, Alhambra, Ba-Ta-Clan, Apollo, Tabarin y, sobre todo, con el Olympia, donde la presentación de Raquel Meller dejó epatado a todo el personal. En las mesas del Maxim's solo se hablaba del enorme sentimiento que ponía la maña al cantar El relicario y el estilo con que bajaba del escenario repartiendo flores al interpretar La violetera. Algunas, que decían haber sido conseguidas en la sala de aquella forma, llegaron a cotizarse en el mercado negro, y es que nadie hasta entonces se había atrevido a hacer una cosa semejante.

En Europa se debatía el tema de la delimitación de sus fronteras, pues en el mapa se iban cambiando los contornos de los países. En Italia nacía el fascismo, en Irlanda se luchaba por la independencia, en Turquía Kemal Ataturk quería modernizar el país y en Rusia moría Lenin. Pero París seguía con su locura y el resto del mundo le hacía coro. "¡París, siempre París!", suspiraba el viejo verde mientras doblaba el periódico en la terraza del Café de la Paix, frente a la Ópera. En sus oídos aún resonaban las notas del charlestón, cuyos primeros pasos en casa de Madame Bonard le habían dejado el cuerpo hecho unos zorros.

Nuevos estilos

La moda también la marcaba París, en un intento de recuperar el esplendor perdido. Cocó Chanel se hacía un nombre con sus modelos, que tendrían continuidad en famosos perfumes. Surgieron nuevas tendencias que merecieron la atención de la excelente bailarina Isadora Duncan, partidaria de amplios ropajes y chales de seda que acabarían con su vida en el trágico accidente de 1927. Nacieron escuelas de moda y se rindió culto a la belleza. Capas, plumeros, túnicas, faldas hasta los tobillos y siluetas ajustadas al cuerpo.

Los amplios collares de perlas falsas, los cigarrillos sostenidos en largas boquillas y el consumo de opio fueron algunas vulgaridades que formaron parte de lo más de la época. Hay quien opina que ese culto orientalista fue fruto de la influencia de las novelas de Pierre Loti, un escritor que siempre hizo gala de su cariño por el País Vasco a través de una de sus obras y durante su estancia en Hendaia, donde falleció en 1923. El descubrimiento de la tumba de Tutankhamon, realizado por Howard Carter el año anterior, sirvió para añadir otro toque exótico a la época.

El desarrollo de la energía eléctrica hizo posible que, en julio de 1922, la Torre Eiffel ofreciera un aspecto inusual hasta entonces, aunque para asombro el que tuvieron miles de hogares al encender un aparato que revolucionaría el mundo de la comunicación, la radio. Las grandes emisoras difundían música y noticias con el solo límite de su captación.

En el Salón del Automóvil de París se presentó un coche legendario, el Citroën 10 CV, triunfó el Bugatti y se habló de la primera edición de las 24 horas de Le Mans, prueba deportiva en la que se llegó a alcanzar la espeluznante velocidad de 100 kilómetros por hora. Surgió el Torpedo, un automóvil largo y estrecho que hizo furor entre los pijos franceses, a pesar de que su interior era más incómodo que el futuro Simca 1000.

Las vanguardias artísticas surgidas en esta década estuvieron marcadas por el movimiento Dadá, el surrealismo de André Breton y la magia de Kokoschka. En Alemania nacía el expresionismo cinematográfico de la mano de El gabinete del Dr. Caligari y que dejaría títulos tan recordados como El Golem. El proceso quedaba sin letrados por la muerte de Kafka y Brecht daba en la diana con La ópera de tres peniques, musical de 1928 que se inicia con la famosísima canción Mackie, el navajas.

Fueron tiempos en los que los ballets rusos de Diaghilev hacían giras por el mundo demostrando que Anna Pavlova era la mejor y que nadie como ella bailaba La muerte del cisne. Stanislawsky renovó el teatro ruso y años después, su método basado en la naturalidad, dio como resultado nombres tan emblemáticos como Paul Newman, Marlon Brando, Geraldine Page y Al Pacino, entre otros muchos.

Nacen los Oscar

Estados Unidos tampoco fueron ajeno a esa alegría ciudadana. La década de los años 20 fue decisiva para la industria del cine, que experimentó una enorme actividad. Las grandes producciones se apoyaban en nombres que llegarían a ser legendarios. Goldwyn abrió su estudio en 1917, Louis B. Mayer en 1918, la United Artists de Chaplin, Douglas Fairbanks, Mary Pickford y William S. Hart se creó en 1918, y Metro en 1924. Sus películas empezaron a competir a partir de 1927, cuando se instituyeron los Oscar.

A partir de ese momento la célebre estatuilla, diseñada por el director artístico irlandés Cedric Gibbons, se convertiría en el premio más ambicionado del mundo. Alas, un film que centra su atención en la rivalidad entre dos pilotos de aviación durante la Gran Guerra, inauguró el largo listado que aún continúa.

Para promocionar sus títulos a nivel mundial, Hollywood creó el culto a sus estrellas a través del star system. Las promocionaba bombardeando al mundo con noticias y comadreos, no siempre ciertos, que servían para crear un ambiente que elevó a la categoría de ídolo a Rodolfo Valentino, un gigoló italiano que fascinaba con su miopía y a cuya muerte, en 1926, le siguió el suicidio de algunas de sus fans. O Clara Bown, Richard Barthelmess, Gloria Swanson, Paul Muni, Norma Shearer, Greta Garbo? Los rostros de estos artistas se distribuían en tabletas de chocolate en forma de cromos para dar rienda suelta a ese afán coleccionista que todos llevamos dentro. Los álbumes se pasaban de mano en mano y los sueños hacían el resto.

Claro que estos éxitos apenas si podían celebrarse en Estados Unidos por culpa de la Ley Seca, que durante esta década intentó dejar abstemio a todo un país sin conseguirlo, en parte porque el personal, además de darle al jazz y a la velocidad, siempre terminaba encontrando lo prohibido bajo el control de bandas mafiosas. Así surgieron nombres famosos en el mundo del crimen: Joe Dillinger, Frank Costello y, sobre todo, Al Capone. Superaron en portadas periodísticas al caso de Sacco y Vanzetti, ejecutados en 1927 en circunstancias que tardaron en ser aclaradas. Fue el mismo año en que Lindberg cruzó el Atlántico para coronar una fama que, con el tiempo, le resultaría nefasta. La bolsa americana estaba en vísperas de soportar la mayor tragedia de su historia: cayó en picado el famoso Jueves Negro de Wall Street (1929) y con ella cayeron muchos cuerpos desesperados desde las alturas.

El fracaso de Hitler

Alemania conocía algo de esto tras sufrir una inflación de tal magnitud que obligó en 1923 al cambio de moneda, tal vez porque no había papel con suficiente espacio para poner tantos ceros en las cifras. Y como siempre, alguien se aprovechó de la situación para enardecer a las masas con sus populismos: surgió Hitler prometiendo solucionar el tema. Sucumbió en su primera intentona de hacerse con el poder y escribió su credo en Mein Kampf. Cuatrocientas páginas de nada. O de mucho, según se mire.

El desastre de Annual, en Marruecos, fue tema de conversación en la España de los años 20. En aquella guerra cayó gran parte de la juventud del país, especulándose si fue por la fiereza de las tropas moras o por la ineficacia de los mandos militares. De hecho, varios de ellos subieron al banquillo de la justicia.

Una de las corrientes migratorias hacia América de aquella época obedecía al interés de los jóvenes por no participar en aquella carnicería. Primo de Rivera instituyó la dictadura y nació la Generación del 27 durante la celebración de un homenaje a Luis de Góngora. Ahí es nada: García Lorca, Luis Cernuda, Rafael Alberti, León Felipe, Max Aub, Miguel Hernández, Manuel Altolaguirre, Pedro Salinas?

Einstein no alardeó de su Teoría de la Relatividad. En 1921 le dieron el Premio Nobel y siguió combinando letras y números en un formulario solo al alcance de cerebros como el suyo.

Nada que ver con el nacimiento de Tintín en 1929, ni con el boom que supuso la aparición de Popeye, el marino. Landrú, que era de carne y hueso, tenía otros intereses. El famoso asesino tal vez fascinaba a sus víctimas con alguno de los modelitos de Chanel y unas gotas de su seductor número 5. Lo cierto es que el Barba Azul francés fue autor de la muerte de unas trescientas mujeres, aunque solo se le pudieron probar once y por ellas, en 1922, fue guillotinado en Versalles, cerca del palacio donde empezaba nuestra historia.