Ya lo decía con garra Coco Chanel: "La gente puede ser alta, baja, más flaca, más oronda, más guapa, más fea... pero lo que no se puede permitir es ser aburrida. Las personas aburridas son tóxicas". Alto y claro. Una máxima que, sin prestar demasiada atención a su físico, siempre siguió a pies juntillas Adele. Y precisamente eso es lo que nos enamoró de ella cuando la conocimos en el verano de 2008, con la publicación de su primer disco: 19. Que en un mundo repleto de Miley Cyrus, Thalías y Nattis Natashas, de pronto emergiera alguien distinto. ¡De calidad! Con talento, cuerpo humano y naturalidad. Retornando a la voz esa importancia musical que como instrumento vivo requiere.

Adele, sin duda, protagonizó (junto con la fallecida Amy Winehouse) ese despertar del alma de la música. Del protagonismo de lo vocal. Sin bailes, estilismos grotescos, ni figuras perfectas. Que para cuerpos esculturales siempre nos quedarán Jennifer López o Enrique Iglesias. Por ello, al mundo Adelier le ha sorprendido, y mucho, la repentina y acusada pérdida de peso de la cantante. Estas pasadas Navidades reconoció haberse quitado 45 kilos, una cifra que este mes de mayo ya ha ascendido hasta los 68. Si bien es el resultado de un proceso que inició en 2012, algunos medios británicos también relacionan dicha aceleración en la bajada de peso con su separación, confirmada en 2019, de Simon Konecki, el padre de su hijo Angelo. Y es que el divorcio le ha costado a la cantante la mitad exacta de su fortuna, valorada en 170 millones. Todo un palo que ha podido acentuar aún más esa pérdida de peso ya de por sí excesiva.

Y ojo, que cuidarse está muy bien. No será servidor quien se oponga a la vida healthy. Y menos si la nueva Adele es el resultado de una dieta de lo más estricta que solo responde a motivos saludables; entonces... ¡todo en orden! Aplausos para su esfuerzo y tenacidad. El problema sería tal si en el origen de tanto régimen se multiplicasen las imposiciones estéticas. El poder del llamado lobby de la ensalada. Ese que, con la boca pequeña, prima la belleza al talento, el cuerpo a la voz , o un buen peinado a una correcta entonación. Se llaman beliebers o directioners. Y habitan entre nosotros.