Es su última historia y pone el dedo en una llaga que no deja de supurar: los abusos sexuales a menores. Este libro estaba pensando en principio para ser una historia audiovisual, pero su autor, César Pérez Gellida, decidió darle su primera vida en papel y la convirtió en novela. La trama se centra en dos amigos de la niñez con una deuda pendiente. Álvaro, un exitoso escritor, y Mateo, un crucigramista en números rojos, acabarán atrapados en el caótico trazado medieval de Urueña y bajo una impenitente cencellada. Quieren enfrentarse a don Teófilo al monstruo que convirtió la infancia de Mateo en un infierno. El escritor vallisoletano tiene un largo recorrido en el mundo de la literatura y sus libros son devorados por miles de lectores.

Astillas en la piel parece un relato de lo más audiovisual...

Es que era un trabajo para una de las productoras con las que colaboro habitualmente, pero en un momento, decidí cambiar de opinión porque en el desarrollo de los personajes estoy notando vínculos emocionales con Álvaro y Mateo, así que tomé la decisión de que primero fuera en papel y ya veremos si más adelante si Astillas en la piel tiene una segunda vida y va al mundo audiovisual. Esta es una historia totalmente independiente que está funcionando estupendamente bien como libro que empieza y acaba.

¿Mejor que sus sagas?

Sabes que hay muchos lectores que ante eso de las sagas, las trilogías o bilogías, muestran cierto rechazo. Este libro, como es independiente, está llegando a más público.

A lo mejor desilusiona a los apasionados de las sagas...

A esos creo que ya los tengo, y me van a seguir aunque sea una novela independiente, o al menos eso pienso yo. Teniendo dos trilogías conectadas entre sí, hay muchos lectores que saben de mis textos, pero hay otros muchos que no, y este es un buen momento para que conozcan a Pérez Gellida.

En este libro toca un tema tan de actualidad como espinoso: los abusos a menores.

Están saliendo a luz muchos casos que vienen del pasado, personas que han sufrido abusos en su niñez y en su adolescencia. Son casos que nos avergüenzan a todos y es una lacra que no cesa, porque también hay casos nuevos.

¿Tiene algún punto real Astillas en la piel?

Por suerte no he sufrido este tipo de abusos, ni tampoco se han dado en mi círculo cercano. Nunca he tenido la mala suerte de encontrarme con un tipo como don Teófilo, pero hay mucha documentación sobre este tipo de gente. Para escribir el libro he tenido a mi disposición testimonios, casos reales, así que no me ha resultado complicado disponer de la información que necesitaba. Lo que sí me ha costado más es meterme en la piel de un tío tan asqueroso como es don Teófilo.

Con un patrón de conducta que se suele repetir en la vida real...

Sí. Es un perfil reconocible en muchos abusadores. Convencen con la palabra más que con la fuerza, y convierten a sus víctimas en cómplices de sus acciones. Esas son las astillas que quedan bajo la piel y que con el tiempo resultan imposibles de distraer.

Con esta novela se sale de la línea que ha seguido hasta ahora.

Normalmente trabajo un elenco de personajes muy nutrido y en varios escenarios. En Astillas en la piel hay dos personajes, Álvaro y Mateo, que se llevan el 85% de la carga dramática de la novela, y con dos escenarios únicos, aunque uno tiene el mayor protagonismo, Urueña, en Valladolid. El otro es un internado y es todo interior. Ese es ficticio y puede ser cualquier colegio.

¿Por qué este libro ahora?

No suelo tener un propósito cuando me lanzo a escribir un nuevo proyecto. Es tan simple como estar trabajando para un proyecto de una productora y que de repente sienta que tiene salir antes en papel que en pantalla. No hay ninguna pretensión por mi parte.

¿Prefiere siempre el papel a la pantalla?

Sí, como punto de partida. Si tengo que elegir, sé que mi labor está en el papel, porque soy novelista, pero la pantalla siempre me ha atraído. Llevo un tiempo escribiendo guiones y ojalá llegue a ver algún día alguna adaptación de una de mis novelas. De mi primera trilogía hay un proyecto en el que llevo trabajando cinco años. Ojalá mis libros tengan en un futuro no muy lejano una segunda vida en la pantalla.

¿A qué se dedica en la productora, al cine o a la televisión?

Colaboro con el equipo creativo de la productora. Soy escritor y mi misión es crear historias. El formato para mí es lo de menos, porque una historia es una historia, sea serie, película o libro, pero no tiene nada que ver el formato guion, que es más cerrado, con el formato novela, individual y totalmente abierto. Cada vez que acepto un proyecto, en uno u otro formato, me tengo que adaptar a sus condiciones. Pero insisto: si tengo que elegir, me quedo con la novela, porque desde la primera escena hasta la última soy yo el que decide. En el guion hay muchas manos: las productoras, las plataformas...

Parece que las plataformas lo han cambiado todo.

Sí, pero a nadie le extraña. Ahora hay una abundante demanda de producto audiovisual, y lo cierto es que hay muchísimos proyectos porque todos tocamos las mismas puertas y todos se parecen mucho entre sí. Al final, la capacidad de crear nuevos conceptos es muy limitada, y más en el mundo del audiovisual, donde parece que está todo hecho.

¿Y cómo calificaría esos proyectos?

Pues como en todos los ámbitos creativos: hay productos mejores y peores, aunque lo cierto, ya digo, es que hay muchísimos. Es difícil elegir y es difícil crear novedades, aunque cada historia lleve su propio sello y pueda ser muy diferente.

¿Qué prefiere ver usted cuando se sienta en el sofá?

Como consumidor puedo decir que es al género negro criminal al que recurro más a menudo, pero también es el que más me decepciona.

¿Por estar mal hecho?

No. Quizá porque por deformación profesional me anticipo a los acontecimientos y me gusta un tipo concreto de personajes, una forma de estructura...

A muchos autores de su género la crítica les achaca falta de rigor en lo criminalístico. Sin embargo, no ocurre lo mismo con usted. ¿Es obsesivo con el rigor criminal y forense?

¿Obsesivo? No lo sé, pero desde el principio el rigor siempre ha sido una premisa. Ser riguroso, pero en cualquier género, es algo que tendría que estar presente en todas las ficciones que ofrezca un escritor. Es una deuda con el lector, con la persona que invierte tiempo y dinero en tus libros. Apearse del rigor no es el camino. Yo suelo invertir tiempo en documentarme bien y me alegra que los críticos, y sobre todo mis lectores, lo reconozcan y lo agradezcan.

En esta ocasión, la presentación de su libro ha sido más cálida que la del año pasado.

Está siendo increíblemente mejor. El año pasado, con La suerte del enano, casi todo fue por teléfono o por videoconferencia, por la pandemia. Nada que ver. Ahora estamos en el otro extremo. Desde el 9 de septiembre que se publicó el libro hago dos o tres viajes a la semana, y es una maravilla. Para un autor, reunirse con sus lectores es uno de los mayores regalos, y por muy bien que se hagan las cosas en modo virtual, no es lo mismo.