Era un pequeño secreto a voces. Un triste pasado del que él nunca habla, pero muchos son sabedores. Y ahora, con sus más de 74 años y habiendo ganado hasta el sueldo para toda la vida del Nescafé, Steven Spielberg, el director de directores, filmará los próximos meses su proyecto más personal de todos los que ha entablado hasta el momento: dirigirse a sí mismo. O dicho de otro modo, llevar al cine su complicada infancia.

Porque a pesar de que desde hace lustros es uno de los hombres más poderosos de la industria, y por consiguiente del mundo (su fortuna se calcula en más de 3.700 millones de dólares), el renombrado cineasta tuvo una niñez terrible "marcada por su aspecto enclenque y con granos, sin contar con que ser judío ortodoxo jamás le ayudó a ser popular". ¡Para nada! Así lo recoge al menos la revista Pronto, haciéndose eco de varias informaciones morbosas publicadas estas semanas por varias revistas norteamericanas.

Las mismas que detallan, sin censura, que sus compañeros le llamaban con desprecio en el colegio el retrasado, porque en una carrera solo quedaron otro compañero con discapacidad y él. O cómo durante la secundaria recibió una fuerte paliza que aún hoy recuerda como "horrible". Quizá por ello, y por su condición de sufridor, su cine resulta tan amable, empático y certero. Porque como siempre han afirmado los clásicos, para escribir bien uno debe pasarlo mal. Sufrir, tener hambre, padecer... "Cuando las necesidades básicas están de sobra cubiertas, la capacidad creativa se relaja enteros", afirma con asiduidad mi amigo Mikel, guionista. ¡Y razón no le falta!

Ahora queda por saber, eso sí, quién encarnará a su madre, Leah Adler, pianista y restauradora. La mujer que convirtió a este niño solitario y triste en un genio multimillonario, en el director de cine más aclamado de todos los tiempos, poseedor (entre otros) de dos premios Oscar, por La lista de Schindler (1993) y Salvar al soldado Ryan (1998). Además, tres de sus producciones (Tiburón, E.T., el extraterrestre y Parque Jurásico) lograron, en su momento, ser las películas de mayor recaudación de la historia, convirtiéndose en verdaderos fenómenos de masas.