Hace un año escribía en esta misma columna sobre el grito desesperado de una joven sueca de tan solo 16 años, Greta Thunberg, que clamaba por una actuación urgente contra el cambio climático. En aquel momento, su aparición supuso un toque de atención sobre el desafío de la sostenibilidad medioambiental. Pero también aproveché para exponer la estrategia de Economía Circular de la Unión Europea como mejor ejemplo del mundo entre las acciones que pueden aportar soluciones reales contra esta crisis. Doce meses después, su movimiento juvenil “Fridays for future” se ha extendido con vigor y ella ha recorrido multitud de escenarios públicos llamando la atención de forma crecientemente apocalíptica. El zenit hasta hoy de este espectáculo mediático se ha producido esta semana en Nueva York, en la sede de Naciones Unidas, donde Thunberg soltó un chillido histriónico, propio de una personalidad que persigue ser el centro de atención, con excesiva inestabilidad emotiva.

Seguir advirtiendo de los riesgos que para el planeta tiene el actual modelo de producción y consumo, resulta ocioso, pues, la fase de toma de conciencia social sobre el tema está claramente sobrepasada. Es más, seguir incidiendo de manera tan exagerada en ello, solo puede producir un rechazo con efecto boomerang. De hecho, ha sido la comunidad científica quien ha puesto desde hace tiempo suficientemente en alerta a los gobernantes, de los graves riesgos que corremos si no actuamos en consecuencia. Por tanto, en este estadio de la situación se requieren más planes de acción y soluciones concretas implementadas, que discursos maniqueístas buscando ocupar el espacio mediático. Estamos en el momento de las políticas que sean capaces de luchar contra el cambio climático y sus consecuencias. Mejor haría, pues, Thunberg en hacerse a un lado en su airada protesta y colaborar con aquellas entidades y agentes de la sociedad que los hay, que batallan denodadamente por hacer frente a la crisis.

El daño no es al planeta, es a las personas

Otro desenfoque radical del problema reside en el empeño de centrarse en el daño causado al planeta, como si éste fuese un día de repente a explotar. El medio ambiente como entorno natural en el que habitamos, lleva miles de millones de años cambiando conforme a circunstancias múltiples externas e internas. Una vez más estamos ante un cambio, pero no ante la destrucción. Sin embargo, los verdaderamente afectados por esta crisis climática somos los seres humanos. Enfermedades, falta de alimentos, calidad del aire y del agua, subida de temperaturas? y el largo etcétera de síntomas que ya condiciona nuestras vidas, es el verdadero catálogo de problemas que debemos resolver. Porque además, estamos ante un auténtico comportamiento de autodestrucción: somos nosotros, las personas con nuestro estilo de vida el elemento causante de este drama que lo es social, mucho más que medio ambiental.

Y en esta batalla por la supervivencia de nuestra especie, o para ser más exactos, del modo de vida de la llamada civilización occidental, no todo el mundo se comporta de igual manera. Los hay que luchan con una estrategia decidida y otros que lejos de ayudar a mitigar los efectos, siguen ahondando en ellos. Del lado de los buenos, no cabe duda que estamos los europeos, de la mano de nuestras instituciones que desde hace años lanzaron un programa de Economía Circular que mediante legislación y subvenciones está aportando soluciones al problema. Enfrente Estados Unidos, China o Rusia, que no solo no suscriben los compromisos de reducción de emisiones de CO2 causantes del efecto invernadero, si no que pretenden ampliar sus actividades contaminantes. El acierto europeo se basa en poner el eje del cambio en la economía, es decir, en los recursos, la creación de riqueza y la producción, distribución y consumo de bienes y servicios, para satisfacer las necesidades humanas. Solo desde esta perspectiva social podremos vivir en un mundo equilibrado. Necesitamos seguir esa hoja de ruta sin ruido que perturbe, acelerando al máximo las actuaciones. En resumen, más hacer y menos declaraciones altisonantes que pueden esconder intereses de los sectores económicos beneficiarios del cambio.