El miércoles 17 de abril tuvo lugar el último pleno en Estrasburgo del Parlamento Europeo de la legislatura 2014-2019. Cinco años marcados por el Brexit, un acontecimiento sin precedentes, pues, nunca antes un Estado miembro había solicitado la salida de la Unión. Pero más allá del laberinto en que se han convertido las negociaciones con el Reino Unido, a lo largo de este quinquenio se han producido hechos de gran relevancia para el funcionamiento de nuestras sociedades. Europa ha seguido avanzando pese a todos los nubarrones que siguen tiñendo los cielos del futuro de Europa. Concluida la etapa de férrea austeridad durante la crisis económica impuesta por la canciller alemana, Angela Merkel, la política expansiva promovida desde el Banco Central Europeo por su gobernador, Mario Draghi, ha permitido un período de estabilidad y crecimiento, con la consiguiente recuperación del empleo, aunque notablemente precarizado tanto en sus modalidades de contratación como en su retribución.
Cierto es que esta legislatura que se inició marcada por la crisis económica y por los rescates llevados a cabo en Grecia, Irlanda, Portugal y el bancario en el caso de España, ha supuesto un cambio de clima protagonizado por cifras de crecimiento superiores al 2% en la eurozona. La política económica de austeridad dio paso a la política keynesiana monetaria promovida por el BCE. Ello ha tirado del consumo interno en el Mercado Único y ha permitido recuperar buena parte del empleo destruido en la década de la crisis. Sin embargo, estructuralmente la UE sigue requiriendo de profundas reformas que se han ido demorando en estos cinco años. En primer lugar, el cierre definitivo de la Unión Bancaria y la consiguiente creación de una Reserva europea, sigue pendiente. En segundo, la necesidad de un presupuesto general de la zona euro no ha alcanzado el consenso necesario para su puesta en marcha. Y en tercero, el reforzamiento del pilar social común en torno a los derechos sociales de todos los europeos sigue siendo el pigmeo de las políticas de la UE. A todo ello, se une la ruptura de las negociaciones para un Tratado de Asociación con Estados Unidos cuando Trump llegó a la Casa Blanca y la enorme incertidumbre que está creando en la economía mundial la guerra comercial de Estados Unidos y China.
También en estos cinco años, las políticas de alianzas y consensos entre los socios de la UE han variado. Si en la anterior legislatura el dominio absoluto perteneció a Alemania, en ésta la autoridad de Merkel se ha mermado, en gran parte por el propio desgaste político que sus mandatos en Berlín le han producido. Mientras, en Francia se paró en las elecciones presidenciales el riesgo de ver al frente de la República a una eurófoba ultraderechista como Marine Le Pen. La figura fulgurante de Macron ocupó todo el espacio a la misma velocidad que su estrella ha ido menguado a largo de sus dos años de mandato. Sin embargo, es evidente que el eje franco-alemán se ha reequilibrado, en gran medida por la salida del Reino Unido del escenario de la UE. Por su parte, la cuarta potencia en discordia, Italia, se ha visto inmersa en la enésima crisis política que ha parido un gobierno bipolar de ultras de derecha e izquierda, que por primera vez cuestionan seriamente la pertenencia del país trasalpino al club. Además, han surgido nuevas alianzas como Visegrado, donde Estados de nueva incorporación a la Unión, la mayoría provenientes de la extinta Unión Soviética, cuestionan también valores fundamentales de la UE. Hungría, Polonia, Chequia y Eslovaquia se han convertido en los chicos malos de la Unión, hasta el punto de cuestionar la base democrática de la relación entre los socios.
No menos novedoso ha sido el cambio producido en los movimientos de la sociedad europea en este quinquenio. La batalla feminista por la igualdad de género ha protagonizado gran parte de las demandas políticas. El propio movimiento Me too llegó hasta el Parlamento Europeo para denunciar los casos de acoso sexual y abuso de poder dentro de la institución. De la misma forma que la voz de una joven sueca de 16 años, Greta Thunberg, clamó en la Eurocámara por la lucha urgente contra el cambio climático. Una movilización de adolescentes europeos que ha puesto la sostenibilidad en el centro de los debates políticos. Viejos problemas y nuevos desafíos a los que la UE sigue intentando hacer frente con el día a día de la Comisión y del Parlamento, legislando para todos los europeos en asuntos de tanta trascendencia con la protección del copyright; la competencia con las multas milmillonarias a gigantes como Google; la desaparición del roaming en la UE; la conciliación al introducir dos meses de permiso paternal intransferible y remunerado; la prohibición del uso de los plásticos de un solo uso; la reforma del uso de los datos privados para garantizar su seguridad o la apuesta definitiva por las energías renovables. Todo con un dramático telón de fondo: las miles de muertes producidas en el Mediterráneo de seres humanos. La inmigración a la que Europa sigue sin dar solución y que pone en tela de juicio el sentido de la existencia de nuestra Unión.