Ahora que España ha entrado en una especie de vorágine electoral, que en menos de un mes le llevará a elegir a todos sus representantes en el Congreso, el Senado, la mayoría de los parlamentos autonómicos, en los ayuntamientos y en el Parlamento Europeo, el debate sobre la Unión Europea y el papel que en ella debemos jugar, clama por su ausencia. El Estado español es el miembro de la UE más ajeno a sus problemas, retos y desafíos. Sigue inmerso en una especie de lapso interno, en la mejor demostración de la negación de la realidad. La Unión es un ejercicio de cesión de soberanía de sus aún 28 socios, que confiere a las instituciones europeas un poder decisorio superior, por lo que los márgenes de actuación de Moncloa y de los restantes centros de poder en España, están muy delimitados por Bruselas. Parecería, pues, lógico que las campañas electorales pusieran el foco en el qué, el cómo y el cuándo de las reformas que Europa precisa.
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