El marido de Agatha no debió ser el primero de la clase en sus años mozos, porque tratar de pegársela con otra a una mujer como la que tenía es, entre otras cosas, de descerebrados. La novelista, que ya había resuelto varios casos literarios con gran éxito, no tuvo que recurrir en la vida real a su detective favorito, Hercules Poirot, ni a la cotilla de Miss Marple, para saber no solo que su adorado Archibald se la estaba jugando. Era evidente que le ponía los cuernos con una tal Nancy Neele. Agatha no le dio tregua y en 1926 le pidió el divorcio. La situación de la pareja fue de enfrentamiento en enfrentamiento hasta la mañana del 3 de diciembre de ese mismo año, en que como consecuencia de una feroz disputa el marido abandonó el hogar y se marchó con su amante. La novelista nunca pensó que la relación entre ambos iba a terminar de forma tan airada y esa misma noche desapareció de casa. Durante once días se le buscó infructuosamente por todos los lugares que frecuentaba.

El caso saltó al Daily Mirror, que el 7 de diciembre tituló en su portada: "Misteriosa desaparición de una novelista". En la localización intervino no solo un equipo especial de Scotland Yard, sino también el prestigioso escritor Arthur Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes, que recurrió a las videncias de su esposa, la médium Jean Elizabeth Leckie. Todo fue inútil.

Once días más tarde de su desaparición, Agatha apareció hospedada en el Hotel Swan Hydropathic, un establecimiento termal del Condado de Yorkshire, desde donde había seguido encantada todo el proceso de búsqueda al tiempo que templaba sus nervios tras la ruptura con Archibald, a quien, a pesar de todo, quería. Lo curioso del caso es que se registró en el spa con el nombre de Teresa Neele, como si se tratara de una hermana de la amante de su marido. Más de un malintencionado apuntó que aquella publicidad le vino muy bien de cara a la nueva etapa que tenía por delante.

El matrimonio entre Archibald y Agatha se rompió definitivamente. Ella, en recuerdo de los buenos momentos que pasaron juntos, siguió manteniendo el apellido Christie, quedándose además con la custodia de Rosalind, que estaba para cumplir ocho años de edad. La niña, que había visto muchos encontronazos entre sus padres, sufría el impacto de la separación. Su madre le propuso hacer un largo viaje a un lugar de ensueño, pleno de luz, playas, exotismo y buen tiempo: las Islas Canarias.

Un destino ideal

Rosalind aceptó de muy buen grado y Agatha preparó el petate de inmediato, no olvidando incluir material para seguir escribiendo ni la compañía de Carlo, su secretaria. De esta forma podría acabar su obra literaria El misterio del tren azul, que tenía a punto.

Las Islas Canarias estaban entonces dándose a conocer entre el turismo internacional, sobre todo en el británico. Existían muchas referencias de destacados viajeros anteriores que habían quedado prendados de los atractivos del lugar. Tenerife y Gran Canaria eran los puntos de referencia. Agatha tenía 37 años de edad cuando eligió Puerto de la Cruz como base en la primera de las islas y aquí, como residencia, Sitio Litre, donde previamente había estado el prestigioso naturalista prusiano Alexander von Humboldt. Sitio Litre existe todavía, convertido en propiedad privada que puede ser visitada mediante pago. He estado en el lugar siguiendo los pasos de la famosa escritora y créanme que ha merecido la pena por- que, al margen de encontrar lo que buscaba, he dado con un auténtico paraíso multicolor. Los alrededores del caserón se han convertido hoy en un museo de orquídeas.Pero vayamos por partes. Para llegar a Sitio Litre he partido de la calle Valois y luego he tomado un camino ascendente que lleva a la cima de la colina de Chinyero. Es un trazado irregular por el que puede subir una caballería o un carro-burro, pero difícilmente lo haría un

vehículo a motor. Por los altos de las tapias de las fincas vecinas asoman plantas tropicales, dándole al conjunto un estilo colonial muy atractivo.

El lugar buscado está señalizado con una arcada en la que se puede leer Jardín de las orquídeas, un atractivo más de la isla gestionado por una sociedad limitada. El recinto está compuesto por un amplísimo vergel rodeando una casa que exhibe con orgullo su esplendoroso pasado. Desde su mirador muy posiblemente se pudo ver en su momento todo el enclave portuario, aunque hoy lo compliquen las torres de los grandes complejos hosteleros.

En un rincón del jardín encuentro un pequeño espacio con techado donde Agatha Christie, su hija y su secretaria solían protegerse del sol y a la vez trabajar, porque, como se suele decir, la novelista aprovechaba cualquier momento para dar rienda suelta a su imaginación.

Aquí escribió una de las narraciones cortas de la serie El enigmático Mr. Quin titulada El hombre de mar, por la que siempre sintió una especial predilección, tal vez porque en ella plasma la esencia del singular escondrijo en que me encuentro. La reclusión en este apartado lugar supuso para la escritora un punto y seguido tras la separación de un ingrato marido que ofendió sus dotes detectivescas a la hora de ponerle los cuernos.

El texto corresponde

Como el calor aprieta, la cuesta se las traía y aquí el único líquido que veo es el agua del estanque con nenúfares, me siento en uno de los bancos de madera y releo el fragmento de la obra citada que hace referencia al lugar donde sitúa a uno de los personajes. "Mr. Satterthwaite siguió andando (...) Subió al fin por la empinada y tortuosa senda que conducía a la cima del cantil. Al borde mismo de éste había una casa a la que designaban con el apropiado nombre de La Paz. Era una casa blanca con verdes postigos herméticamente cerrados y un tanto descoloridos por el paso del tiempo. Estaba rodeada de un descuidado, pero hermoso jardín, en el que se destacaba una avenida de cipreses que conducía a una especie de plataforma que había junto al borde del acantilado y desde donde podía contemplarse el maravilloso espectáculo de un mar embravecido que se estrellaba impotente a sus pies (...)

La casa no daba señales de estar habitada. Manuel, el jardinero español, saludaba siempre atento y obsequiaba con un escogido ramo a las señoras y una simple flor para el ojal a los caballeros. Su morena faz se deshacía siempre en plácidas sonrisas". El enigmático Mr. Quin es una narración que se ha leído en todo el mundo y los seguidores de Agatha no podemos por menos que poner imagen al texto en un lugar paradisíaco como éste. De aquí salió también El acompañante, una aventura detectivesca creada para que Miss Marple se luciera haciendo gala de sus dotes deductivas. Ignoro si Agatha concedió a Rosalind la atención que la niña precisaba en aquel momento, porque sí, era madre, pero creo que le podía la necesidad de poner en orden su imaginación trasladando al

papel sus ideas. Claro que en este lugar, donde solo se escucha el trino de los pájaros y te rodea la belleza de estas orquídeas, tuvo que ser martirizador el ruido de una máquina de escribir. Inicialmente la casa donde habitaron fue un convento religioso hasta que la adquirió un inglés llamado Charles Smith. La sometió a una buena reforma dándole el estilo colonial que se llevaba entonces para así convertirla en una fonda. El propio dueño se encargó de la publicidad en su país, y de ahí el interés que pusieron determinadas personas cuando el hecho de viajar estaba en pleno auge en el Reino Unido. Uno de los atractivos que más llamaba la atención (y lo sigue haciendo), es un precioso ejemplar de drago, el árbol símbolo de Tenerife, que puede llegar a tener 500 años de vida. Me aseguran que es el mayor de Puerto de la Cruz. Le supera en espectacularidad otro que se encuentra en Icod de los Vinos y pasa por ser el mayor de la isla.

Las Palmas

Cuando Agatha consideró que debía darse por terminada la estancia en Tenerife, las tres mujeres pasaron a Gran Canaria

para alojarse en el Hotel Metropole de Las Palmas, una residencia construida por James Pinnoch en 1889 siguiendo las tendencias que entonces se estilaban en este tipo de establecimientos en el Reino Unido. La escritora, llevada por la publicidad, se había puesto en comunicación con Anny Hevid, responsable entonces del hotel, y había reservado habitaciones dispuesta a pasar unos días en él.

Tampoco entonces paró de teclear la máquina de Agatha. De esta isla canaria dicen que salió El asesinato de Roger Ackroyd, texto en el que pone a prueba a Hercules Poirot para que descubra el misterio que se cierne en torno al asesinato de un hombre rico que aparece un día con una daga clavada en la espalda. Para muchos se trata de la mejor novela de todos los tiempos y es una de las que más éxito comercial ha tenido. Agatha marchó encantada de las Islas Canarias, posiblemente por el rendimiento obtenido en unos días en los que presumiblemente su hija y su secretaria se los pasaron corrigiendo textos y poniendo en orden los folios que expulsaba aquella frenética máquina de escribir. Era su manera de descansar, aunque, francamente,¿hay alguien que se crea que les dio tiempo a ver el paisaje?