¡Ah! El viento, atroz, ululante, amenazante. ¡Ay! El miedo, el peor enemigo. Ciclistas despavoridos, hostigados por los nervios, alocados. ¡Buff! Los abanicos, la huida, la guerra. Peter Sagan no estuvo en ella. Otra baja en el Tour. El eslovaco, con la rodilla dolorida, se despidió de la carrera francesa, siempre exigente. En realidad, en el Tour la calma es de cartón piedra y la paz puro atrezzo. De ese estado de pánico, de los latigazos entre rotondas, de los abanicos en los que padeció Pello Bilbao, surgió la fuga que concentró a Erviti, Alaphilippe, Bissegger, Boasson Hagen, Greipel,Henao, Küng, Mezgec, Politt, Sweeny Theuns, Swift y Van Moer. Empastada la escapada, se relajó el pelotón, amainada la tormenta de velocidad y furia. Todos juntos. No se puede vivir en ese estado de alarma y paranoia continua. Una vez sellado el salvoconducto para los fugados, se abrió paso la serenidad bajo el gobierno de los mayordomos de Pogacar, que pretendía sosiego después del apuro en el Mont Ventoux. En Nimes, donde Politt remató la fuga de la fuga en la que Imanol Erviti maldijo un pestañeo y elevó los hombros de la resignación, el líder no se preocupó.

En el Babel de los huidos se entendieron sin necesidad de cruzar palabras. Cooperaron. Compartieron tajo en la cadena de montaje. Una coreografía de intereses. A medida que cayeron los kilómetros en el silo del tiempo, Cavendish supo que no se emparejaría con Merckx en la historia del Tour. El británico tendrá que esperar. Estuvo tres años fuera de los focos de la velocidad. Los días son apenas segundos para él en su regreso mesiánico a la juventud y al oropel. Cavendish, que es puro frenesí cuando le dispara el percutor de Morkov, el danés que es un locomotora, no tiene prisa. Un depredador sabe esperar. Es paciente. Entre los fugados todo era armonía. Se repartieron las tareas. Nadie zanganeó porque el horizonte era maravilloso, despejado de cualquier turbación.

Acumulado un tesoro de tiempo, el necesario para olvidar el reflejo en el retrovisor y garantizar la dicha en el futuro cercano de Nimes, la fraternidad se resquebrajó. De ese desencuentro dio con la victoria Nils Politt, que honró a Sagan, su líder. El alemán, con un palmarés famélico, solo contaba con un triunfo en su vitrina, venció una etapa diseñada para el eslovaco, que tuvo que abandonar dolorido el Tour. A Politt le rastreó Erviti, majestuoso su desempeño. El de Iriberri, una biografía consagrada a sus jefes de fila, fue segundo tras fugarse por inercia. “Me he metido en la escapada sin querer, protegiendo a Enric Mas”, dijo el de Iriberri. Un instante de duda alejó a Erviti, un estajanovista, un ciclista vestido con buzo de mahón, del sueño que disfrutó Politt.

El alemán, impetuoso, fue el primero en ventilar el ambiente familiar. Dio un portazo. Bienvenida la desconfianza. Nadie se fiaba. Politt arrastró a Mezgec y Swift. Agitada la colmena, Erviti y Greipel ejercieron de costureros. Regresó el orden, pero no tardó en asomar el desconcierto. El grupo retornó a los juegos de infancia, donde solo se trata de correr y atacar. Sweeny, con la merienda en la boca, desbrozó el camino. Küng, Politt y Erviti se unieron. Cuatro gigantes. Un equipo de pívots en bici. Palancas y poses de rodadores. Küng, 1,93 metros; Politt, 1,92 metros; Erviti, 1,89 metros y Sweeny, 1,86 metros. El cuarteto, de altura, parte de los rascacielos del Tour, tomó medio minuto de renta. Alaphilippe, por detrás, arengaba con su histrionismo al resto de la fuga, con las luces de persecución puestas. Todos a galeras. Demasiado tarde.

Erviti, capitán de ruta del Movistar, una vida a pedales siempre al servicio de otros, estaba en el póquer del triunfo en Nimes, que se autodefine como la ciudad de los esprinters en el Tour. Es el lema que reza en la cartelería de la ciudad para promocionarse. El letrero tiene sentido. Los recuerdos son imágenes veloces, a cámara rápida. En las tres últimas ocasiones que brotó el Tour, mandaron los duelos de los pistoleros rápidos. Piernas de pólvora. Proyectiles que echan humo. Cavendish conquistó la ciudad en 2008, Kristoff en 2014 y Ewan hace un par de años. En los repechos que merodean Nimes, Sweeny estrujó el cuarteto. A Küng, grande y pesado, contrarrelojista, se le gripó el motor. Eliminado. En ese baile de la victoria, Erviti esposó al vigoroso australiano y a Politt. Tres en uno. Un rival menos.

Estalló entonces el alemán. A la carga. Erviti miró a Sweeny. El australiano le respondió con otra mirada. En ese intervalo de duda, del ser o no ser de Hamlet, Politt, desatado, colérico, el rostro enojado, mostrando los colmillos, sacando la lengua, tomó un puñado de metros. Tierra que fueron segundos. Mordía el aire Politt, que masticaba el oxígeno. Dientes que chirriaban deseo. Politt echando chispas, estrangulando el manillar. Erviti y Sweeny, sorprendidos, perseguían una sombra. Politt, convencido, aró cada metro con la potencia de un tractor. El alemán cambió el rictus en Nimes. Esbozó una sonrisa. Giró el cuello y se golpeó el casco para subrayar su incredulidad. Un muchacho feliz en Nimes, que tendrá que cambiar el rótulo del Tour. La ciudad de los esprinters aplaudió a un hombre libre que dibujó un corazón con sus dedos. Politt lloró su mejor logro. Erviti, segundo tras la disputa con Sweeny, lamentó su duda. Solo Politt escapa a Erviti.