No hay paz que dure más que un puñado de instantes en el Tour de Francia, una trituradora desalmada, una picadora de carne y de deseos. El de Primoz Roglic, que sueña con París, se quedó cerca de una cuneta. El esloveno, que sonreía su jerarquía en los días precedentes, se estampó contra el suelo. Tal vez los Campos Elíseos se le queden en ese tramo. Fagocitado Roglic por la carrera que es una noria de caídas, dolor y penurias. Roglic concedió casi un minuto respecto a Pogacar. No solo le hirió el tiempo. Acabó con el cuerpo abrasado y el alma deshilachada. Su hombro y su costado izquierdo se quemaron en el asfalto tras hacer el afilador con Colbrelli. El esloveno tendrá que recomponerse sin demora si quiere conquistar una carrera que no hace prisioneros ni distinciones. A todos los zarandea. Se trata de sobrevivir. Camina o revienta.

A Tadej Pogacar también le mordió el Tour de la carnicería. El campeón de la pasada edición se vio envuelto en una caída a 4 kilómetros de meta. Con todo, el prodigio esloveno pudo rehabilitarse a tiempo y apilar casi un minuto de renta sobre el sombreado Roglic. Richard Carapaz avanzó en el caos. El ecuatoriano, insertado en la cabeza, adelantó a los eslovenos. Dispone de una renta de 8 segundos sobre Pogacar y de 1:04 respecto a Roglic. El líder del Jumbo fue el gran derrotado en el día de gloria de Tim Merlier, el vencedor que disparó la catapulta de Van der Poel, el líder que fue una lanzadera para su compañero.

La felicidad es volátil a pesar de los libros de autoayuda y de las frases que decoran las tazas para celebrar el desayuno. Antes o después se rompen. A Geraint Thomas, la buena estrella se le quebró cuando apareció la lluvia, siempre vinculada a la promesa de peligro. Aún se desperezaba la etapa y el galés estaba en el suelo, pegado a la negrura del asfalto. En su caída, que sucedió cuando no ocurría nada pero pasa todo, Thomas arrastró a Martin y Gesink. El neerlandés, una de las muletas de Roglic, tuvo que abandonar la carrera. El alemán, otro caballo de tiro del esloveno, contaba su segunda accidente del Tour tras el episodio del cartel. El Jumbo es una desgracia. Viste de luto y suena a campanas de réquiem. Ese atrezzo acompaña a Miguel Ángel López, otra vez acunado en brazos de la miseria. El colombiano tuvo que pedalear con la bici de Arcas para alcanzar la meta. Acumuló retraso. No es su Tour. Tampoco el de Haig, que tuvo que abandonar por caída. Igual que Gesink y Ewan.

Thomas recuperó el aliento con la nariz chata del dolor y el rictus de la preocupación surcándole la piel. No hay máscara capaz de esconder el sufrimiento. Luke Rowe, compatriota, acudió a remolcarle. Después se unieron Van Baarle y Castroviejo, que practicaron cirugía de guerra para salvarle. Fueron capaces de reintegrarle en el pelotón tras ulular con las sirenas de las prisas durante más de media hora. En otro frente, el de las fugas, Schelling, Wallays, Schär, Barthe y Chevalier se aventuraron por las carreteras secundarias de la Bretaña, Schelling, un hombre a una escapada pegado, fue el primero en perder prestancia. Eso sí, antes recogió la cosecha de la montaña, que era su misión cuando se tejió a la huida. En el reparto de puntos del esprint intermedio, se impuso Caleb Ewan. El australiano no sabía lo que le esperaba después. El destino tiene la mirada aviesa.

Apergaminados los esprinters hasta nueva orden, los equipos de los generales del Tour enfilaron por los viales estrechos para salvaguardar su estatus. Nadie cede ni un centímetro. La Grande Boucle es un desfiladero infernal. Alaphilippe tuvo que pedalear unos metros por la hierba en el debate por el espacio. El amarillo de Van der Poel no buscó los márgenes. Le bastó con desplegar sus hombros de forzudo. Aniquilados los escapados, se apresuró el Tour, enloquecido, descontrolado, una estampida en un final tormentoso, repleto de riesgo.

RÁFAGA DE CAÍDAS

Primoz Roglic deseaba pasar inadvertido en ese ecosistema. Tachar otro día. Pero el tachado fue él. Le señaló la desdicha. El esloveno hizo el afilador con Colbrelli y su Tour se cayó en pedazos. Se dañó el hombro y el costado izquierdo el esloveno. El golpe fue durísimo. El Jumbo acudió de inmediato a socorrerle. Alarma absoluta. Luces rojas. Equipo de rescate. Se desgañitó Roglic en la persecución de un pelotón que solo buscaba el vértigo. Correr más que la fatalidad. Una estampida desbocada. En esa histeria colectiva, Haig también chocó contra el suelo en una curva maldita. No fue la última víctima. El grupo delantero, apenas un puñado de afortunados en la ruleta rusa que aceleraba Van der Poel, portentoso, y el Ineos de Carapaz, empuñó a todo gas hacia Pontivy. El monje Ivy fundó la villa. Hizo construir un puente sobre el Blavet y así colocó su nombre sobre la villa. El ego cruzó el río. El de Napoleón era aún mayor. Se autocoronó emperador.

Napoleón rebautizó la ciudad. Igual que el monje, evitó cualquier sesgo de originalidad. La llamó Napoleónville para que nadie confundiera su patrimonio, el poder de su imperio. Con el tiempo, Napoleón cayó en desgracia y el lugar recuperó la huella del monje. La felicidad no es eterna. Ewan se las prometía muy felices y se estrelló, arrastrando a Sagan. El australiano se fracturó la clavícula. Para entonces, Tim Merlier mandaba callar con el dedos en los labios. Se hizo el silencio. El sonido que quedó tras la cruenta batalla. El Tour del caos caza a Roglic.