Vale que la final con prorroga incluida de la Copa del Rey, será el partido más visto en mucho tiempo. Seguramente, hasta la final de la Champions. Pero también hay que ser conscientes de que la mitad de los espectadores no se paró ni un minuto a ver por la tele ese partido. Digamos que el fútbol tiene un tirón importante pero también acérrimos enemigos incapaces de soportarlo un segundo. Puede ser por el abuso que se ha hecho y se sigue haciendo en la tele de este deporte. Lo último es la polémica entre Josep Pedrerol y Manolo Lamas, dos gallitos en eso de hacer del tema balompédico, el centro del mundo. Una polémica gratuita, ya que ninguno de los dos convence, desde luego, a los no convencidos. Su estilo histriónico rayano en la frivolidad vale para los incondicionales pero hace que otros muchos salgan huyendo de su reducida manera de ver el mundo, que eso son, en resumen, sus programas de fútbol, independientemente del tamaño de su audiencia. Pero si alguien ha personificado el hastío por el fútbol, esta fue la conocida ya como La mujer de rosa, una espectadora de palco que soportó entre sueños la final de la Copa sin que lo que estaba viendo le atrajera lo más mínimo. La mujer de rosa resultó ser Ana Bollaín Domenech, esposa de Ángel María Villar, uno de los gerifaltes del negocio de la Federación de fútbol de aquí y dicen que, pronto, también en Europa. Los gestos de apatía de esta señora fueron el reflejo de que el fútbol no solo no pone a mucha gente, si no que se puede llegar a detestar con todas las fuerzas. Ocurre lo mismo a diario en muchos hogares donde se ha ejercido hacia los partidos de fútbol, la tiranía de quien se adueña del mando a distancia, consiguiendo que el resto del clan familiar lo mismo se enganche que odie el fútbol a partes iguales. Desde la final del domingo, hay una mujer que puede ser el icono que los representa. No está claro si representa a quienes aman o a quienes odian el fútbol.