La vuelta o el regreso de Ramón García a dar las campanadas de Nochevieja en TVE es como si alguien nos devolviera de vuelta a los años de la burbuja. Una vuelta atrás. No ya por lo que el presentador de la cadena Cope simbolice a nivel personal, eso es secundario, sino porque es la metáfora de que aquí no pasa nada. Es la misma imagen que celebraba la entrada de los años de despilfarro y corrupción que tan bien ha camuflado TVE, mientras lanzaba sus uvas mezcladas con campanadas. Es como si nos repitieran la invitación de “bienvenido a más de lo mismo”. Ramón García y su capa española en la noche de las uvas es la reedición de la pesadilla de El Día de la Marmota que padece el personaje principal de Atrapado en el tiempo. Una suerte de maleficio en el que no hay manera de salir de esta televisión laberinto, empeñada en hacernos vivir lo que ya habíamos vivido; en hacernos vivir lo que ya estábamos olvidando. Porque no me digan que los funerales por la duquesa de Alba no han sido como una vuelta al pasado. De pronto, resulta que esta aristócrata se ha hecho popular al tiempo que ha incrementado su patrimonio con las ayudas europeas, mientras millones de ciudadanos de ese mismo país se han ido metiendo en la miseria. Una persona entrañable cuyo pasatiempo principal fue atesorar decenas de títulos nobiliarios mientras millones de personas han ido entrando de manera implacable en las listas del paro y sin atisbar apenas expectativas. Una duquesa popular a fuerza de salir en los medios mientras otros tantos millones se esfuerzan a diario con un trabajo mal pagado, dependiendo para su subsistencia de la ayuda de sus padres o abuelos. No nos faltaba más que el ruido mediático de la tonadillera Isabel Pantoja entrando en la cárcel. Un gesto íntimo grabado por cientos de cámaras que muestran un dudoso escarmiento. ¿A esto se reduce nuestra protesta?