Korta, Juanito y viceversa. Algún secreto tienen que tener estos dos capitanes de El conquistador del fin del mundo para seguir, año tras año, en la tarea de dirigir los grupos de concursantes. En esta edición los han puesto juntos como cocapitanes -suponiendo que este término puede aplicarse a un concurso- y han conseguido finalmente que ninguno de los dos abandone la aventura. Este fin de semana, el concurso movió ficha y tras dejar en dos grupos, llamó a Juanito y a Korta para que regresaran a casa. Su tarea ya estaba hecha y los llevaron a que vieran las cataratas de Iguazú. A partir de ahora, los concursantes se buscarán la vida ellos solos. La curioso de la evolución de estos capitanes es que parece que se respetan entre ellos. Ambos ocupan el mismo espacio de tal manera que cuando uno grita, el otro se aparta discretamente para que pueda continuar con su berrea. Lo que nadie ha conseguido es quitarles los tres o cuatro tacos por frase. El libro de estilo de El conquistador del fin del mundo no creo que los estipule. De hecho, sus presentadores -Julián Iantzi en la aventura y Patxi Alonso en el plató- se cuidan mucho de pronunciarlos por más que a veces se les note como que los tienen en la punta de la lengua, a punto de salir.
Los que se quedaron mudos fueron los vecinos que encontraron a la alemana muerta y momificada en el sofá de su casa. Había muerto mientras veía la tele. Por el estado en el que se encontraba y la fecha de una revista que tenía a su lado, un sagaz detective dedujo que llevaría muerta desde septiembre. Pocos detalles se conocen: ni la cadena ni del programa que estaba viendo o la marca de televisión. Un aparato a prueba de uso ya que habría estado cerca de 182 días en funcionamiento ininterrumpido. Toda un metáfora de nuestra sociedad. Para unos, por morir haciendo lo que más le gustaba: ver la tele. Para otros, entre los que me encuentro, por la mierda de vecinos insolidarios que la rodeaban.