CALDERÓN de la Barca lo llamó La vida es sueño. Su protagonista Segismundo afirma que "los sueños, sueños son". Aquí la justicia ha convertido al Prestige en una versión de la tragicomedia en la que la vida chocaba con la libertad. Después de 11 años, resulta que un juez Segismundo se encargó (supongo que pensando que impartía justicia) de que nadie fuera culpable de nada. Sus consecuencias están catalogadas y calculados sus daños en 4.300 millones de euros. Aquel barco estuvo a punto de destruir toda la costa gallega gracias a la decisión de alejarlo. Las imágenes de televisión fueron sobrecogedoras. Aquel viejo cascarón repleto de carburantes era como una mala metáfora de la ópera El holandés errante de Wagner. Una obra romántica de redención por amor. No sé. No lo entiendo. Lo que yo recuerdo es el chapapote extendido por todo el Cantábrico y miles de voluntarios jugándose la salud limpiando las rocas con palas y cepillos de dientes mientras el ministro Rajoy trataba de explicar que apenas salían "hilillos como de plastilina". El tiempo y el juez Segismundo (qué leído y qué listo debe de ser este hombre) le ha dado la razón. El veredicto aparece con el anuncio televisivo de la Lotería de Navidad. Todo un atentado al conocimiento. Y una de las mayores horteradas televisivas de las últimas décadas: Raphael, Bustamante y sus sonrisas exageradas son el paradigma de que hay gente capaz en plena crisis de sacar a relucir el mismo barco fantasma de los tópicos repetidos sin sonrojarse.
Mejor no pensar dónde se encuentran hoy aquellas toneladas de hilillos que nadie pudo recoger del mar y que hoy intenta tapar con un monólogo este juez Segismundo. "Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son".