YA han pasado diez años desde que aquellos prepotentes y sanguinarios militares americanos dispararan a un balcón del hotel desde el que les grababa con su cámara José Couso. Un caso que está demostrando que la Justicia poco tiene que hacer cuando entran ámbitos militares y acuerdos internacionales que asumen vetos bajo manga. Una vergüenza que un caso tan claro de asesinato tenga el silencio por respuesta, cuando los culpables fueron retratados en toda su fría crueldad. Y qué poco se ha hecho oficialmente para exigir algún tipo de reparación y el encarcelamiento de los mismos. Un hecho que habla de la debilidad vergonzosa de quienes nos representan y del agravio intolerable para los que nos consideramos ciudadanos con derechos. Si ningún organismo exige justicia para José Couso ellos mismos se retratan y aceptan que en el futuro se siga matando a los periodistas con total impunidad. Con un par: en vivo y en directo.

Algo que se podría entender si el presidente de los Estados Unidos fuera Glenn Beck, ese reaccionario que ha reventado las redes sociales comparando la cara de Obama con la del actor que hace de Diablo en la serie La Biblia que emite History Channel. Una manipulación que habla bien claro de que hay tipos capaces de utilizar la cara del dirigente de Izquierda Unida Gaspar Llamazares como la de prototipo de terrorista internacional y siguen a lo suyo, tan tranquilos. Sin ofrecer muestras de arrepentimiento ni sacar una línea de disculpa que paliara un poco el daño que esta persona pública sufrió. Hace 10 años del asesinato de Couso y dos después se grabó el vídeo de los militares españoles golpeando a varios detenidos iraquíes, según dicen ahora, en la base de Diwaniya. Otro ejemplo de que la guerra transforma al hombre en bestia. Y de que todavía hay gente que intenta ocultarlo.