CIRCULAN los datos de un informe que dicen que el 70% de las películas que se ponen en nuestra televisión son producciones estadounidenses. Y no hay más que ver los películas de la sección vecina para asegurarlo de 8 seis de EEUU y 2 españolas (por cierto una de estas es la enésima reposición de ¡Bienvenido Mister Marshall!). La tele apuesta a caballo ganador por la industria americana. Y parece una decisión práctica más que otra cosa. Los programadores se fían de lo malo conocido y repetido que lo esté por conocer. De este modo, el resto de la filmografía mundial nos pasa desapercibido a no ser que alguno de estos filmes les caiga la lotería en forma de premio de algún festival y de esta manera salten la barreras. Se diría que con esta política audiovisual los únicos que pueden autoafirmarse como profesionales del séptimo arte son los americanos. El resto sobreviven como amateur con el público de sus propios países. Y esto que ocurre con el cine pasa con las producciones televisivas. Quizás por eso las novedades no son tantas y la capacidad de Europa para innovar en el cine y en la televisión comience a ser una cuestión de pura casualidad. Las series que triunfan suelen ser una suerte de remaque de productos que ya hemos vistos anteriormente. Da igual que hablemos de Farmacia de Guardia, Los Serrano o Águila Roja. Lo cierto es que a la hora de programar cine en televisión la cosa es pura repetición. Este año Pretty Woman hizo su peor registro en horario de prime time. Y es que después de 15 reposiciones la gente opta por otras cosas. Pero lo que no se termina de entender es el miedo a probar con otras filmografías. Se da por universal la manera de contar historias de la televisión y el cine americano, es decir, se nos pone el sombrero de cowboy en lugar de ir probando entre las novedades de pamelas, bombines o simples boinas.
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