TRAS el desastre de la clasificación de Que me quiten lo bailao en Eurovisión, alguien debería reclamar daños a aquel jurado con aspecto de profesional que reunía a Albert Hammond y Boris Izaguirre. Recordarles que con su sabiduría infinita dieron una de las noches más bochornosas de cuantas se recuerdan. Vista la clasificación, los componentes del jurado deberían devolver la pasta pública que les pagamos a través de TVE y donarla a una ONG o, por qué no, para alguna academia de música. Todavía se recuerdan las súplicas de la cantante pidiendo por favor a Boris que la dejaran ir con otra canción, porque aquella estaba claro que no funcionaba. Los expertos se negaron y ahí tienen el resultado. La antepenúltima, y eso que contó con todos los puntos de Francia y Portugal. Pensarán que este tema está superado y que ha perdido actualidad y no les falta razón. Pero es que acabo de oír a la cantante Lucía Pérez decir que no descarta presentarse en el futuro.
Está claro que en el ambiente ya flotaba algo raro que cualquiera con unas mínimas dotes proféticas lo hubiera adivinado, si no fuera porque la realidad tiene la manía de reinventarse para llegar diferente a los telediarios. Primero fue las pequeñas concentraciones del movimiento de indignados el 15-M. Luego la detención del presidente del Fondo Monetario Internacional. Noticias que vinieron a darle la vuelta al forro del mundo.
La semana televisiva acabó con Adela Úcar poniéndose los guantes y conviviendo 21 días con el campeón de boxeo Pablo Navascués, conocido en el mundillo de los golpes como Huracán. Hay días que uno ni puede reflexionar ni ver la tele. Mañana comienza otra semana de hechos consumados. ¿No será mejor vivirlos que aguardar a que nos los den masticados en los informativos.