LA TV matinal tiene mucho de servicio público. Es el entretenimiento de buena parte de los jubilados y cuando la tele es más un electrodoméstico de apoyo que un comunicador. En este ámbito, la líder indiscutible de las mañanas televisivas es desde hace un tiempo Ana Rosa Quintana, que el otro día celebro el número medio redondo de sus 1.500 emisiones. El programa de Ana Rosa lleva seis años en Telecinco y, a pesar de sus contenidos más que discutibles, informaciones del corazón, noticiarios de crímenes, es decir, caspa espesa en cada contenido, hay un toque de despiste de Ana Rosa que lo dignifica. Lleva media vida enganchada a los géneros más funestos; es como si ejerciera de periodista como quien hace croquetas o lava los baños del zoo. Porque el secreto de AR es su manera de mirar el mundo, como si con ella no fuera la cosa. Lo hizo cuando todo aquel escándalo en el que se demostró que alguien (un negro) le escribiera el libro que ella había firmado. Jamás se le vio dudar, ni pedir perdón. Pasó el bochorno como mirando a otra parte. Como si aquella estafa la hubiera cometido alguien que ella misma no conocía. Y es posible que sea así. Ana Rosa pertenece a esa raza de periodistas famosos que ceden toda su imagen para que las cadenas y los editores hagan con ella lo que quieran. Nunca se sabrá si el verdadero mérito de Ano Rosa está en ella o en quien apostó por crear la marca AR. Hay quien piensa que le podría haber pasado a cualquiera pero, no está claro. Cada día esta mujer arranca a dentelladas los bocados más truculentos de la realidad. Lo hace con una naturalidad que cuesta pensar que el espectáculo que se ha buscado en cada una de esas 1.500 mañanas está hecho del material que a esas horas transportan los camiones de basura rumbo al basurero aquel de Sevilla donde dicen que tiraron a Marta del Castillo. No sé si me explico.
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