No solo se producen innovaciones en el mundo de la construcción cuando de levantar edificios se trata. También en el mundo de la demolición hay avances que buscan una forma más sostenible de realizar los trabajos y que afecten en la menor medida posible a las personas y el entorno.

Todos/as tenemos en la retina imágenes de edificios que, tras una explosión se vienen abajo dejando tras de sí una polvareda inmensa y un montón de recuerdos en las personas que han tenido algún tipo de vinculación con él. Tampoco son extraños esos procesos en los que las excavadoras y otra maquinaria van poco a poco echando a abajo algún edificio que ha sufrido daños o se ha deteriorado con el paso del tiempo y que con su desaparición deja un solar que, seguramente, en breve volverá a ocuparse.

De un tiempo a esta parte en estos procesos también se ha introducido alguna innovación, como el uso del cemento expansivo. Esta materia es un polvo seco hecho de sílice, alúmina, cal, óxido de hierro y óxido de magnesio, que se endurece cuando se mezcla con agua. Quienes lo usan destacan un gran número de ventajas en su uso: es ecológicos, no contamina, no produce vibraciones. Se utiliza en trabajos de demolición de todo tipo de rocas y hormigón, en canteras, trabajos submarinos, construcción, obra civil y pública... Puede utilizarse tanto en grandes obras o megaproyectos, como en pequeñas demoliciones o demoliciones domésticas. Al no ser explosivo, no está sujeto a la Ley de éstos, así puede ser comercializado, transportado, expuesto y utilizado.

Su método de demolición no difiere a la del uso mediante explosivos. Se requiere un taladro previo sobre el material a demoler en el cual se introduce el cemento expansivo. La fragmentación del material se produce en un intervalo de 12 a 36 horas posteriores a su introducción en el taladro. A continuación, el material demolido y fragmentado es retirado y tratado como un producto más en el movimiento de rocas.